Bob Pop posó para este diario en Magaluf.  | M. À. Cañellas

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Ataviado con sus características gafas y algo abrigado, ya que el otoño dio este viernes una demostración de que ya está aquí, el escritor Roberto Enríquez, conocido como Bob Pop, acudió a la primera jornada del festival Literatura Expandida a Magaluf (LEM), impulsado por RataCorner e Innside Calvià Beach. Este mismo año ha estrenado Maricón perdido, serie en clave autobiográfica que repasa cómo fue crecer como un niño gordo y homosexual en los 80, y reedita en Alfaguara Mansos, publicada en 2010.

Arranca LEM, ¿cree que la literatura puede cambiar cosas?

—El formato es genial. Une diversión, literatura y te puedes dar una juerga.Aunque no soy tan ingenuo para pensar que la literatura cambia cosas, pero sí da perspectivas. ¿Por qué no es compatible venir a Magaluf con un buen libro e irse de juerga?

Comparte cartel con Irvine Welsh, quizá el invitado ideal.

—Sí que lo es. Sus personajes podrían ser perfectamente habitantes de Magaluf y él, que es un tipo y un escritor estupendo, es alguien clave para explicar esto.

¿Cómo cree que ha aguantado el paso del tiempo Mansos?

—Creo que sigue explicando lo que quería que explicara y reconozco quién era cuando lo escribí, contra quien escribía y me parece estupendo poder traerlo de vuelta en el tiempo.

Al ser algo tan personal, ¿imaginó llegar a tanta gente?

—No esperaba nada y lo que me está dando es maravilloso. No tengo expectativas con lo que hago, solo quiero hacerlo bien. Lo que me obsesiona al escribir es que pasen cinco años y me dé vergüenza lo que he hecho.

No todo lo que cuenta es real, ¿qué importancia tiene esa diferencia entre lo que pasó y lo que le hubiera gustado que pasara?

—Esa diferencia es la literatura.No está solo en lo que escribimos, sino en lo que pensamos, vemos, etcétera. En mi memoria he construido mi ficción, por lo que hago ficción sobre ficción, pero al final no importa si es real, sino que funcione y sea verosímil. Y te aseguro que hay cosas de mi vida que fueron tan disparatadas que tuve que meter ficción para que la gente lo creyera.

a azotea del Innside Calvià Beach, sede del festival Literatura Expandida a Magaluf, se inauguró este viernes y se prolongará todo el fin de semana.

¿Cree que las nuevas tendencias harán cambiar la literatura?

—A la literatura le afecta todo, afortunadamente. Veremos formas diferentes de narrar, pero para leer a Tolstoi le tenemos a él. Hay que evolucionar. Por eso, al escribir me obsesiona que no tengo que escribir la gran obra, lo que me importa es que alguien mejor que yo lea lo que escribo y le sirva para hacer lo que yo no hubiera podido hacer.

¿Cómo de importante cree que es leer a gente en la que uno se reconoce como en la que no?

—Para mí es más importante leer a aquellos en los que no me reconozco porque son los que me enseñan. Me siento más incómodo leyendo que escribiendo porque la lectura me obliga a entrar en lugares a los que no iría como escritor porque me dan miedo. Eso sí, no leería a gente a la que aborrezco. Por ejemplo, a Pérez Reverte no lo leería, pero sí a quien me da otra percepción de todo.

¿Imaginó que haría una serie?

—Nunca. Al principio dije que no porque me parecía un disparate. Era algo que no sabía hacer y pensaba que me la iba a pegar. Pero al final, tras hablar con Isabel Coixet, decido intentarlo y descubro que me fascina escribir un guion. Fue un goce absoluto.

Maricón perdido, es una apropiación del insulto clara, ¿es la mejor forma de contrarrestarlo?

—Me parece fundamental sobre todo porque ojalá llegue un momento en el que deje de ser insulto por haberlo hecho tan nuestro que no les pertenezca. Es reivindicar de donde venimos y enseñar nuestras cicatrices para que formen un dibujo bonito.

¿Qué opina sobre que lo que reclama el colectivo LGTBI resta valor a la lucha obrera que a veces se critica desde la izquierda?

—Es no entender de qué van esas luchas. Si se asume que la lucha LGTBIQ+ no tiene que ver con la obrera no se sabe por lo que hemos pasado o pagado. Uno de los grandes problemas de la izquierda es que sigue con la idea del obrero de mono azul y palillo. Pero hay muchas formas de ser obrero y el colectivo LGTBI y feminista las ha vivido.