Alejandro Palomas, en La Librera del Savoy.  | M. À. Cañellas

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Alejandro Palomas(Barcelona, 1967) asegura que con Un país con tu nombre (Destino, 2021) «empieza de cero» tras ganar el Premio Nadal en 2018 con Un amor. «Han pasado tres años y una pandemia», señala y, por ello, ese galardón queda «muy lejano». El escritor presentó ayer su nueva novela en La Librera del Savoy de Palma (Joan de Cremona, 3).

«La nueva novela de Alejandro Palomas tras el Premio Nadal». Así suelen presentar Un país con tu nombre. ¿Marcó un antes y un después en su carrera?

—Me marcó a nivel de repercusión, pero no he sentido ninguna presión ni nada especial a la hora de escribir esta novela. He tenido la extraña sensación de empezar de cero y eso ayuda a escribir. Es una novela muy libre y sentirte libre escribiendo es lo mejor que te puede pasar. Ha sido una bendición más que una presión.

Abre la novela con una cita: «Somos, sobre todo, la suma de nuestras renuncias». ¿Nos define más a lo que hemos dicho que no que a lo que hemos dicho que sí?

—Hay dos formas de verlo. La forma habitual es que somos la suma de lo que hemos conseguido, pero también está la suma de lo que no hemos conseguido. Siempre vemos solo la mitad de las cosas y nos olvidamos de las ausencias, de los ‘noes’. En mi caso, lo tengo muy presente, igual que también me acuerdo de dónde vengo como escritor, cómo empecé y quién me apoyó. Los escritores tendemos a tener una memoria selectiva, es una profesión en la que funciona mucho el ego. Así, vas quemando etapas, subes a la pantalla número dos y te olvidas de la primera.

La ausencia es uno de los temas clave de la novela. Hay dos personajes, Andrea y Mer, que están muy presentes, aunque no están físicamente.

—Yo diría que están pero no los vemos, pero eso no quiere decir que no estén. Esa es una cuestión muy frecuente en lo cotidiano: que no veamos algunas cosas no quiere decir que no existan. Y ese es el caldo de creación más rico para una novela, la ficción o el cine: el sacar de la invisibilidad lo que está pero no vemos.

Los protagonistas son dos amigos, Edith y Jon, de 76 y 59 años, respectivamente. Da la sensación que este tipo de historias no tienen voz en la literatura.   

—Efectivamente, no hay espacio para esas edades con las que yo trabajo. Las protagonistas de mis libros son mujeres muy mayores, por ejemplo la menorquina de El tiempo que nos une, que tiene 93 años. Me encantan las mujeres mayores que vienen vividas de casa, que tienen mucha materia que pueden sacar y compartir. En este caso, en Un país con tu nombre, también aparece un hombre de otra edad invisible.

Además, la invisibilidad en las mujeres es todavía más temprana.     

—Las mujeres tienen dos etapas de invisibilidad: a los 45 años y otra entre los 70 y 80. En la primera, empiezan a ser conscientes de la pérdida de juventud, entre comillas, y en la segunda, son más que mujeres maduras pero tampoco    son tan ancianas. A mí esa invisibilidad me da la vida, porque precisamente esa invisibilidad hace que pueda hacer lo que quiera con los personajes, hay mucha libertad.

También estamos acostumbrados al romance entre los protagonistas, pero aquí no hay.

—En mis novelas no hay nunca ningún tipo de roce sexual ni tensión, sobre eso ya se escribe mucho. Tenemos ese neón ya de mitología griega que dice que la amistad entre hombres y mujeres no es posible. Quería huir de esos prejuicios.

Reivindica que perseguir los sueños no es algo infantil.

—Los sueños son lo más íntimo del mundo, muchas veces ni uno mismo lo sabe o no se atreve a preguntárselo. Cuando reconoces que tienes un sueño y lo dices en voz alta ante alguien, estás reconociendo que no lo has conseguido y que te tienes que poner a ello.

El nombrar las emociones, otro asunto complicado. Cómo cuesta decir ‘tengo pena’.

—La escena en la que Suzume dice que la elefanta Susi tiene pena es clave. No es lo mismo pena que tristeza; la pena es una gota en un pozo. Los niños tienen esa pureza que me desarma y que me parece tan bonita. Los adultos hacemos mucho ruido, pero no comunicamos, no verbalizamos la fragilidad y la fragilidad es justamente lo que nos hace especiales. No hay nada más atractivo de una persona que la fragilidad.

La novela se ambienta en una aldea ruinosa y vacía. ¿La España vacía?

—No entiendo por qué se habla de España vacía. Porque falta una parte en esa frase, será la España vacía de animales humanos, pero ¿y los animales no humanos? Estoy harto de ese antropocentrismo, de que si no estamos nosotros no hay nadie.

Ese espíritu animalista impregna toda la novela y se materializa con Susi, la elefanta.

—Susi es el único personaje basado en un personaje real: la elefanta del zoo de Barcelona que languidece de pena desde hace diez años. Su situación me tiene muy tocado. Mi sueño es sacar a Susi de allí. Aquí la he sacado porque la he invocado, pero ahora toca hacerlo en la vida real.

¿Tiene en marcha algún proyecto?

—He terminado un poemario, Y un después, que publicará Letraversal en noviembre de 2022. Es una conversación con mi madre en distintos poemas. También he acabado de rodar un documental en el que soy coguionista y coprotagonista. Trata sobre el viaje de una bióloga y un escritor al fin del mundo para entender cuál es el cambio que debemos dar a nuestra manera vincularnos con la naturaleza. Rodamos antes de que estallara la pandemia en Tierra de Fuego, en una colonia de pingüinos.