El actor sueco Björn Andrésen posó en el Parc de la Mar de Palma. | Pilar Pellicer

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Björn Andrésen fija su mirada en una escultura decorativa del hotel Jaime III de Palma, la señala y anuncia: «Eso de allí lo es. El tiempo que dedicó el que la esculpió. Su pasión, su paciencia en hacer lo que hace. Todo esto lo es para mí». La pregunta a la que contesta es qué es para él la belleza y no es cualquier tema pues Andrésen fue –y muchos de ustedes le recordarán– aquel niño de mirada triste, rasgos perfectos y cabello color miel de La muerte en Venecia, cinta de Luchino Visconti en la que un joven Andrésen de 15 años interpretó a Tadzio. Todo lo que vino después fue similar a una pesadilla y Andrésen se perdió en una espiral destructiva en la que no tuvo ni voz ni voto.

Ahora protagoniza The most beautiful boy in the world, documental de Kristina Lindström y Kristian Petri que se estrenó ayer en el Atlàntida Mallorca Film Festival para explicar no solo qué pasó con aquel niño, sino quién es el hombre en que se ha convertido y el precio que pagó después de que Visconti le ‘regalara’ el título de ser el chico más bello del mundo. «No hay nadie, y mucho menos ningún joven, preparado para ser el más bello del mundo». Andrésen lo dice con tranquilidad, voz baja y la seguridad de haber sido él ese joven.

El documental ahonda en unos tiempos oscuros para él, en los que se aprecia, sin dudas, la incomodidad y la desubicación de un niño que se dejaba llevar y del que nadie cuidó. A pesar de todo, echar la vista atrás no fue difícil ni tampoco lo fue el convencerle para protagonizar este filme. Él mismo confiesa que «Kristian [Petri] y yo nos conocemos desde hace muchos años y al principio pensé que sería algo de 10 o 15 minutos. De pronto, me vi en un vuelo a Japón y me dije: vale, igual dura un poco más».

Todo lo que él dice durante la cinta, en la que se ve no sólo el apartamento en el que vive actualmente –y del que amenazan con desahuciarle–, su novia Jessica, la relación con su abuela o la extraña desaparición de su madre, es el fruto de «conversaciones y diálogos que salían solos, muy naturales, porque eran personas en las que confío», detalla.

Su mayor duda con el filme, de hecho, «es qué interés puede tener y me sorprende que lo esté teniendo», aunque aclara que «si puede servir a alguien en algún lugar pues, entonces, seré feliz». En cierto sentido, el documental también trata de poner el foco sobre las etiquetas y la desatención, y evitar que este tipo de cosificaciones ocurran. Por ello, sobre qué debería haber ocurrido de otra manera para que las cosas hubieran salido mejor, Andrésen no duda en contestar que «Visconti exageró mucho con esa frase y podría no haberla dicho», porque fue entonces cuando se «desató la tormenta».

Medio siglo después, Andrésen camina por la vida sin prisas. Se ha reconciliado con la actuación (aparece en Midsommar, de Ari Aster) y es músico. Estos días, además, pisa Mallorca por primera vez y asegura «entender por qué Chopin se enamoró de la Isla». No en vano, su contacto con la belleza va mucho más allá de su papel de Tadzio, y él mismo relata que «hace años le pregunté al coreógrafo Maurice Bejart sobre la diferencia entre lo estético y lo bello. Él me dijo: lo estético es temporal, lo bello es eterno. Me pareció una muy buena respuesta». Quizá ese fue el error de Visconti: solo ver lo estético y no la auténtica belleza de un ser como Björn Andrésen.