La joven Claudia Pineda Mesquida en su casa de Es Capdellà.    | Pilar Pellicer

TW
0

A Claudia Pineda lo de viajar le viene de familia. Sus padres vivían en Washington D. C. cuando ella nació, y desde ahí ha vivido ya en El Salvador, Granada, Australia, Asia y hasta en un barco como marinera navegando por el Índico. No obstante, el lugar en el que más tiempo ha pasado y de donde dice «sentirse más» es Mallorca.

No en vano, su segundo apellido, Mesquida, la delata un poco. Y como si de algo genético se tratara porque su abuela materna, alemana, también fue algo culo inquieto. Su pionero viaje en los 80 a una China en apertura al mundo es, de hecho, el material de El viaje, 1988, el corto que Claudia hizo para una asignatura de Bellas Artes que estudia en Pontevedra y que la llevó a otro viaje. El más inesperado hasta la fecha: el festival de Cannes.

«Fue una locura, un no parar y un viaje muy intenso», comenta Claudia quien ahora está en Calvià donde trabaja en el área deCultura del Ajuntament con una beca. Al mismo tiempo, no omite que «no es que fuera el sueño de mi vida desde que fuera pequeña», aunque «ha sido fascinante en cualquier caso».

Y es que, efectivamente, lo de ir a Cannes no entraba en ninguno de sus planes. Todo nace al tener que realizar un trabajo para una asignatura. Al poder viajar tras el primer confinamiento, Claudia vino a la Isla «en el primer vuelo» donde su abuela le dijo «quería deshacerse de unas cintas en las que no tenía ni idea de lo que había. Allí encontré muchos tesoros: fotografías, vídeos, etcétera, y claro, le dije: no puedes tirar esto».

De todas las etiquetas hubo una que le llamó la atención y que rezaba: China. Ese fue el germen que acabaría dando El viaje, 1988, el cortometraje que el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) seleccionó para viajar al importante festival francés de Cannes de este año.

«Yo no tenía ni idea de cine y fue todo muy autodidáctico» señala Claudia quien añade que «si llego a saber que iba a Cannes me lo hubiera currado un poco más». Lo que hizo fue juntar el metraje real grabado por su abuela en el país asiático con música, voz y montaje.

Sobre los intrépidos vaivenes de su abuela, Claudia indica que «había oído historias de sus viajes», como que «salió de Alemania con 17 años, se fue de aupair a Inglaterra y eran historias superinspiradoras». No oculta que ella, junto al resto de su familia, «quienes me dejaron esa pasión por viajar de formas no convencionales», las mismas que le han hecho recorrer ya medio planeta y le hace decir con firmeza que le «gusta tanto el mundo».

Experiencia

De Cannes recuerda una agenda llena de actividades, visionados de cinco o seis películas diarias, reuniones para conocer programadores y directores de festivales y contactos para ver «hasta dónde llega el corto». Confiesa estar muy «impresionada», pero «con muchas notas y lo importante apuntado». Por otro lado, no dejaba de ser un poco ajena a todo lo que le rodeaba, ya que «yo no he estudiado cine ni tenía por qué saber nada de cine», de modo que asistió a la experiencia desde la tranquilidad de saber que podía disfrutar como turista.

Ahora, Claudia se centra en su beca y en acabar la carrera, que es «mi siguiente objetivo». Todo lo demás «quiero investigarlo y seguir explorando un poco». Al fin y al cabo, de tal palo tal astillo, y Claudia, más que una astilla, ha demostrado ser ya un mástil bien enderezado en la cubierta de un barco que va donde le lleven la marea y el viento. De casta le viene al galgo.

Portada de 'El viaje, 1988'.