Imagen de ánforas sumergidas, algunas incluso con los tapones puestos, frente a Ses Fontanelles.

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Allá por el año 350 después de Cristo, una embarcación naufragó a escasos 100 metros de la playa de Can Pastilla. Lo que supuso, seguramente, un importante contratiempo para unos comerciantes de la época es, ahora, un «hallazgo excepcional» por su procedencia, su datación y las características de su conservación. Lo explica así la investigadora Antònia Soler, que firma junto a otros expertos el primer artículo académico que se publica sobre las ánforas rescatadas del pecio de Ses Fontanelles, descubierto en 2019. El texto, que acaba de salir en el número de este año de los Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, da cuenta del importante descubrimiento y se centra en los tituli picti, es decir, las inscripciones a modo de etiquetas que se conservan casi intactas en las ánforas recuperadas y que hacen del hallazgo «un caso único en el Mediterráneo».

Soler es coautora junto a Jaume Cardell, jefe de Arqueología y Etnología del Consell, Enrique García Riaza, catedrático de Historia Antigua de la UIB, Miguel Ángel Cau, investigador de la Universitat de Barcelona o Darío Bernal, cátedra de Arqueología en la Universidad de Cádiz. Soler es responsable de la «epigrafía» que consiste en el «estudio de la escritura sobre materiales, como la forma de las letras, identificar abreviaturas, etcétera».

Ella misma detalla que el ejemplo de Ses Fontanelles «es una maravilla» por su alta conservación pese a haber estado «en una zona tan expuesta». Dicho de otro modo, las ánforas estaban «tal y como las dejaron hace 1700 años debajo del mar. Algunas hasta llevaban todavía el tapón puesto», exclama.

El resultado de las excavaciones son 249 piezas de las que 39 están en perfecto estado. Circunstancia que sorprende ya que «imagina pintar algo con pincel y dejarlo mil años. Tienen que darse condiciones excepcionales para que aguante».

En el texto, que es la primera publicación académica que se centra en el pecio de Ses Fontanelles, se recogen datos como la identificación de dos escribas diferenciados, rasgos que permiten identificar una zona de procedencia (Cartago Nova), si bien no se pueda especificar más todavía, así como el periodo temporal (la Antigüedad tardía) del barco, junto a importantes cualidades como los ‘nombres’ de los comerciantes, Alunnius y Ausonius.

La importancia del descubrimiento se justicia al constituir el «corpus de epigrafía anfórica pintada más importante hallado en Hispania» desde un punto de vista cuantitativo o permitir, gracias al etiquetado, «conocer el comercio y el tráfico marítimo de la Antigüedad Tardía, dada la escasez de naufragios». Incluso posibilita saber más sobre «la alimentación romana» ya que se sabe que las ánforas contenían salsas líquidas de gran calidad, así como aceitunas y otras conservas de vid, aceite y plantas.

Antigüedad Tardía

«También se mencionan las pastas con las que están hechas las ánforas, que se adjudican a una zona de Cartago Nova de la que no se tenían constatados hornos en esa época». Todo suma al ya sorprendente hallazgo a «nivel de epigrafía» que sitúa en mediados del siglo IV d. C. los rasgos de escritura que también «hacen posible por primera vez identificar sendas manos de scriptores que intervinieron en el envasado y el etiquetaje». Es tal el detalle que hasta se identifican rasgos como que uno de esos escribas era «algo descuidado en los trazos».

El alto número de inscripciones pintadas en las ánforas es, de hecho, «la novedad más importante», teniendo en cuenta la falta de testimonios de esa época y que lo constituyen como «el primer naufragio de época tardorromana y el tercero con estos símbolos en general rescatado en aguas españolas».

Por estas y otras razones, Soler señala que «es muy importante a nivel científico» y que «abre todo un mundo de posibilidades» que deberán estudiarse a medida que se continúan excavando los restos del pecio ya que, lo extraído hasta ahora, tan solo supone una tercera parte del total del pecio hundido.

La investigadora y coautora del artículo, Antónia Soler.