El escritor argentino Patricio Pron estuvo en la Biblioteca de Babel de Palma. | Jaume Morey

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Recién aterrizado en Palma, el escritor Patricio Pron (Argentina, 1975) vivió un ejemplo más de lo maravillosamente bien que funcionan las nuevas tecnologías: «La máquina no funcionaba bien para leer el código QR. Un mal diseño en una herramienta supuestamente hecha para facilitar las cosas», comentaba. Esa circunstancia solo servía como muestra de que «al tiempo que no nos entendemos a nosotros mismos, hemos creado máquinas de las que somos más y más dependientes». Y así, a través de silencios prolongados, no por no saber qué decir, sino por buscar la forma idónea de decirlo, Pron piensa el presente y trata de «contestar a las preguntas que debemos hacernos en estos tiempos». Eso son los relatos de Trayéndolo todo de regreso a casa, reeditado este mismo año con historias que abarcan 30 años sumergidos en la literatura, «único ámbito en el que las cosas son verdades y ciertas al mismo tiempo».

Uno de los relatos que componen el libro de Pron, el cual presentó ayer por la tarde en la librería la Biblioteca de Babel, versa sobre «cómo hemos creado máquinas para comunicar, pero lo hacen tan mal como los que las hemos creado». Y es que, un poco al modo que Nietzsche denunciaba el carácter contingente de los dioses, las máquinas no son más que un reflejo de la virtud y limitación humanas.

No obstante, «es inquietante», a juicio de Pron, porque «hablamos a través de ellas todo el tiempo, sobre todo a partir de la pandemia». Con esta y las otras historias de Trayéndolo todo de regreso a casa, el ganador del premio Alfaguara por la novela Mañana tendremos otros nombres reflexiona sobre el presente y propone la literatura como «esa inteligencia colectiva que todavía realiza las preguntas importantes para la vida, a las cuales también intenta responder».

Al mismo tiempo, Pron no oculta que esas «respuestas» pueden ser «sólo válidas en el ámbito literario», pero al mismo tiempo asegura con convicción que «aunque las máquinas puedan conseguirnos una cita para nuestro centro de salud, dudo que puedan contestar estos interrogantes». Al fin y al cabo, «la literatura es lo que insufla de sentido experiencias que carecen de él».

En parte, esta incapacidad de las nuevas tecnologías se debe a su «naturaleza binaria», algo que no adolece lo escrito, que sirve como «lección para aquellos que creen que hay una verdad inamovible». Frente a esas vidas cerradas, esquemáticas e incluso premeditadas de manera ajena a sus protagonistas, la literatura ofrece el faro del «reservorio de vidas posibles» de las cuales «podemos extrapolar nuestra lectura o interpretación de los logros y fracasos de los personajes que aparecen».

Para Pron, en este sentido, la creación literaria permite enfrentar un mundo «en el que la vida social es muy problemática y la digitalización ha roto muros que parecían sólidos, como los de la vida privada y la pública». A ello, se suman la ausencia del pensamiento propio y la externalización de conceptos e ideas que mueven a la sociedad. En contraposición, una «literatura que ponga en cuestión estas cosas» y contrarreste «las burbujas» que hacen que algunas personas crean «legítimamente que el problema de este país son los inmigrantes, las mujeres o lo que sea, porque, sencillamente, solo reciben información que ratifica esas ideas y no otra que las cuestione». Es decir, «hemos roto el consenso acerca de lo que es real» y, más preocupante todavía, «hemos perdido la capacidad de ponernos de acuerdo acerca de qué temas son relevantes».

La discusión pública, además, «avanza hacia una mutua incomprensión» y el riesgo de ello es, tristemente, actualidad informativa: «Es posible que esas burbujas diferentes no se crucen nunca o que si se cruzan provoquen que una elección sexual o de género acabe en una muerte de una paliza».

El mundo circundante envolvente es complejo, variado y lleno de matices, y «corremos el riesgo de que las pantallas nos traicionen y perdamos de vista la realidad». Por contra, «nuestro trabajo es y será dotarnos de herramientas para crear juicio propio y tener una opinión no mediada por la influencia de tecnologías que aparentemente saben más de nosotros que nosotros mismos». Para ello, «lo mejor es la actividad y la experiencia estética», como una obra de arte, una película o un libro. Ahí, «la literatura tiene mucho campo de acción».