Teresa Ordinas, la autora de la biografía.

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Teresa Ordinas, puntual como es ella, se sienta y pregunta si puede retirarse la mascarilla. La distancia es más que suficiente, así que no hay problema, y por si quedara alguna duda, informa: «Ya estoy vacunada. Y sin efectos secundarios ni nada». Sobre la mesa reposa Avelino Hernández, desde Soria al mar, el título de la biografía que ella misma firma sobre el escritor nacido en Valdegeña y que falleció, a muy temprana edad, entre las tranquilas colinas de Selva. El libro, «que no es un homenaje», sirve de testimonio y mirada a los entresijos de una vida inquieta intelectual y físicamente. Una vida que ella compartió y que, al acabar, la convirtió en viuda, para ahora desde la memoria, el cariño y el privilegio de haber estado allí, narrar de la manera más completa posible.

Empezando por el final, su fallecimiento en 2003 a causa del cáncer, el libro que Teresa ha escrito busca «hacer que se conozca quién era a lo largo de su vida, centrándome en ella sin obviar la obra». La idea partió del editor del sello Rimpego, donde se publica, que le comentó a Teresa su voluntad de editar una biografía sobre Avelino. «Empecé a hablar con amigos escritores que le conocieron, pero ninguno durante toda su vida». Fue entonces cuando le propusieron escribirla a ella misma, la única que había estado ahí siempre, en casi todas sus etapas.

El proceso de «recordar toda nuestra vida» debió ser muy duro, le comentan algunos, pero para Teresa fue «todo lo contrario; fue precioso y estimulante». Al fin y al cabo, como ella explica, «cuando han pasado tantos años, las cosas quedan un poco desdibujadas. No las olvidas, pero se vuelven borrosas, y este esfuerzo tan hermoso ha consistido en hacer aquellos momentos más nítidos». Ella, que es fotógrafa, sabe algo de este trabajo de ‘revelado’ que, además, le ha permitido «revivir con mucha claridad» instantes pretéritos.

Al final de cada una de las 15 etapas-capítulos que conforman la biografía de Avelino aparece, además, un escrito de «un amigo, un sobrino, un hermano... alguien que le conociera en vida». La clave está en que, como decía antes, «no le conocieron siempre, sino durante esa etapa de la que escriben». De este modo, los «retazos» de una vida ya rica de por sí se enriquecen con el testimonio de quienes la compartieron, todo bajo el hilo conductor de la memoria y la pluma de Teresa, la auténtica y más duradera compañera de Avelino.

Madurez

Así, el libro va desde aquel momento en el que se conocieron después de que a él lo «expulsaran de Murcia por tener propaganda comunista», de la cual comenta que «en realidad era muy ‘light’», y acabó en el piso de ella en Madrid, «que compartía con unas amigas progres y donde no entraban fachas», hasta la reforma de la casa de Selva en la que «alcanzó la madurez personal, literaria e intelectual, y donde se dedicó sobre todo a escribir».

Fue allí, en Selva, donde Teresa y Avelino construyeron su particular y privado ateneo, una estancia «con sillones, dos mesas de trabajo y una mesa de billar en la que pasaron muchísimas cosas», relata con un brillo en la mirada. Desde allí, como narra el libro, juntos iban a pasear o recibían visitas, siempre con la posibilidad de cambiar de aires de nuevo, porque Avelino era un poco «culo inquieto».

Con todo, la mirada hacia atrás no es melancólica ni triste, sino feliz y serena. Lamenta «lo mucho que nos perdimos todos» con la muerte de un escritor que estaba en su mejor momento, «y que tenía muchísimo por decir todavía».

Finalmente, Teresa se coloca la mascarilla de nuevo, porque, vacunada o no, la realidad es la que es. No sin antes relatar el principal defecto que es capaz de recordarle a Avelino, y que fue fuente de varios rifirrafes entre ellos: «Era muy impuntual al principio, algo que fue corrigiendo. Era capaz de encontrarse con alguien de camino a una cita y enrollarse muchísimo», recuerda riendo.

Y será en Selva, como no podía ser de otra manera, donde, si todo va bien, se presentará el libro el 22 de julio, aniversario de la muerte de Avelino. Ella misma explica que «ya no voy mucho por allí, a veces con algún conocido», los motivos que lo explican sobran, aunque así, de una manera u otra, hace suya una de las máximas que Avelino nos legó: «Nunca eches demasiadas raíces donde has sido feliz».