El helenista y académico de la RAE Carlos García Gual. | José Sevilla

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El aprendizaje del latín y el griego no es sólo el estudio de un código lingüístico, es una invitación a entender la historia de la cultura y el conocimiento. Lo demuestra el académico Carlos García Gual (Palma, 1943) en sus libros. El último es Voces de largos ecos (Ariel). Como mallorquín y helenista, el autor asocia el mar con la aventura.

El libro invita a leer a los clásicos, con textos sobre autores griegos y latinos.
— Es, en parte, una recolección de una serie de prólogos, puestos al día. Señalo las mejores traducciones y doy una serie de indicaciones. Soy un viejo profesor de griego, siempre pienso en la didáctica y en el acercamiento a esos textos antiguos.

Recomienda que el lector haga una pausa entre capítulos.
— Ya lo recomendaba Nietzsche: decía que el filósofo era alguien que lee despacio. En estos tiempos nuestros, marcados por la tecnología y noticias rápidas, leer representa un cierto esfuerzo, compensado por el placer. Leer bien es leer despacio y pensando, y establecer un coloquio con el autor.

¿Cómo han podido sobrevivir todos estos textos clásicos?
— La mayoría de textos se han perdido. Los grandes clásicos han sobrevivido porque son interesantes y han logrado una expresión del sentimiento y la vida, útil para muchas generaciones. Los clásicos son los elegidos, por siglos, de los lectores.

El mar era para los griegos una oportunidad.
— Es el camino de las aventuras. En los griegos, el mar siempre está presente. Fueron tan liberales, críticos e imaginativos porque vivían en pequeñas ciudades en los bordes del mar Egeo. Viajaban porque eran pobres y buscaban enriquecerse, pero también por curiosidad.

La isla de Lesbos de Dafnis y Cloe adquiere hoy nuevas connotaciones, con los desaparecidos del mar.
— El mundo griego es de islas. El mar es el medio para llegar a un mundo mejor. Ulises es un náufrago. En la Odisea, hay personajes feroces como el gigante Polifemo, pero también isleños acogedores. El Mediterráneo se ha convertido en el mar de los emigrantes. Ya estaba en el mundo griego, pero, ahora, el mundo es más agobiante. Los emigrantes son muchos y ya no pueden fundar ciudades. El viaje de aventuras se ha convertido en una gran tragedia para muchísima gente. Debemos esforzarnos para acogernos a esa tradición de hospitalidad griega.

¿Qué relación hay entre el alfabeto y la democracia?
— Los fenicios tenían un pre alfabeto, pero los griegos lo perfeccionaron e inventaron signos no sólo para las consonantes. El alfabeto es fundamental para fijar el pensamiento por escrito. Un país sin alfabeto, pero con sistemas de escritura ideográfica, como el chino o los antiguos egipcios con sus jeroglíficos, significa que muy pocos saben escribir porque es complicado. El alfabeto es un sistema fácil, es el gran invento de difusión de la cultura y cambia el mundo. La democracia se beneficia de ello.

Cuando los matemáticos predicen eclipses o mareas, el mundo deja de funcionar por el capricho de los dioses.
— Es el paso del mito al logos, de las fantasías transmitidas por los sacerdotes a un mundo sujeto a razón. Tales predijo un eclipse y maravilló al mundo griego, significa que hay una mecánica en el universo. La palabra cosmos significa orden.

Estudió en el Institut Ramon Llull de Palma. ¿Cómo vive el actual desprestigio de las Humanidades en la enseñanza?
— Tuve un excelente profesor de griego, Juan Galmés, y un profesor de latín que se llamaba Bosch. Soy pesimista con la evolución de la enseñanza. Las Humanidades en bloque van quedando apartadas, con el griego y el latín en el extremo. Va en contra de la libertad de elección. El cerrar la puerta al mundo antiguo es un acto de barbarie. No he conocido a nadie que haya estudiado griego y se arrepienta.

¿Cuál es su balance de año y medio como miembro de la RAE?
— Es una sociedad amable, generalmente sabia. En las reuniones se habla de cultura. Hay comisiones en las que discutimos de palabras. Como club, es selecto y amable. Algunos académicos somos mayores, pero tenemos un cierto sentido del humor. Coincido a menudo con Carme Riera, aunque ya no estamos en la misma comisión.

Dice que es mallorquín de Palma.
— Mi abuelo, Rafael Gual, había sido coronel de caballería. Vivía en Palma, mi familia hacía vida en la ciudad. No tengo esa relación con el campo que tienen otros mallorquines. Palma ya era una ciudad en el siglo XIII, cuando Madrid era un poblacho. Iba con mi abuelo a la Catedral a misa mayor. La salida, hacia el mar, es una vista inolvidable. Es impresionante la cantidad de iglesias góticas que hay en Palma. Mi tía cantaba en el coro de la ópera. Recuerdo esos cafés estupendos, como el Lírico o el Riskal. Mi abuelo solía ir a un café, donde traducía el periódico al mallorquín a los que no sabía leer.

Acaba de ganar el Premio Alfonso Reyes, en México. ¿Es por su actividad como editor o como autor?
— Por mi labor como escritor. Antes lo ganaron Vargas Llosa, Borges, Jorge Guillén. Yo soy un señor bajito en medio de esa gente tan alta, pero es un premio importante, poco conocido en España.