El documental «Palabras para un fin del mundo», de Manuel Menchón, desvela una serie de irregularidades cometidas tras la muerte de Miguel de Unamuno y cuestiona la versión oficial del fallecimiento admitida hasta ahora.

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El documental «Palabras para un fin del mundo», de Manuel Menchón, que se presentará el domingo en la Seminci de Valladolid, desvela una serie de irregularidades cometidas tras la muerte de Miguel de Unamuno y cuestiona la versión oficial del fallecimiento admitida hasta ahora.

Ese relato oficial, del historiador José María Ramos Loscertales, se basa en el testimonio de Bartolomé Aragón Gómez, un joven falangista, supuesto exalumno y amigo de Unamuno que fue a visitarlo la tarde del 31 de diciembre de 1936 y único presente en la habitación en el momento de su muerte.

La película es el resultado de más de una década de investigación y ha contado con la colaboración de los herederos de Unamuno y de sus biógrafos y máximos estudiosos de su figura, Colette y Jean-Claude Rabaté, entre una veintena de expertos y otra treintena de instituciones que se recopilan en el dossier del filme.

Basándose «en datos y declaraciones contrastadas y en documentos oficiales», Menchón reconstruye lo sucedido desde las horas previas de la visita de Bartolomé hasta el entierro precipitado de Unamuno la mañana siguiente, sin esperar las 24 horas que debían transcurrir como mínimo, según la legalidad vigente.

La disparidad más llamativa es el registro de la hora del fallecimiento. Aunque los familiares y testigos aseguraron que se produjo entre las 18 y las 18.30 horas, el certificado de sepultura expedido esa misma tarde en la parroquia la adelanta a las 17 horas. Este documento teóricamente no se podía obtener sin el acta de defunción, pero este acta se redactó al día siguiente en el juzgado a primera hora y fijaba la hora de la muerte a las 16 horas, es decir, cuando Aragón aun no había llegado a la casa.

Aragón no asistió como testigo a la firma del acta, el testigo que aparece en el documento «es un desconocido para la familia».Menchón también pone bajo la lupa el hecho de que no se realizara una autopsia. Una hemorragia bulbar, la causa certificada de su muerte, es un tipo de hemorragia intracraneal y ya en aquella época cuando éstas producían una muerte súbita se consideraba «muerte sospechosa de criminalidad» lo que obligaba a hacer una autopsia judicial, ya que es posible provocarla «con escasa o ninguna señal externa».

El médico que certificó la muerte de Unamuno, el doctor Adolfo Núñez, recomendó a Aragón que saliera de la habitación «dado su estado de ansiedad». Éste se encerró en su habitación de hotel y esa misma noche mecanografió lo sucedido y entregó el documento a Ramos Loscertales que se había acercado al hotel a verle.

La información aparece publicada en un libro el 16 de enero de 1937, tan solo 16 días más tarde y es la que recoge las que han trascendido como últimas palabras de Unamuno antes de desvanecerse: «¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!"

Menchón también cuestiona la relación de Aragón con Unamuno. No ha logrado contrastar el dato de que fuera exalumno suyo, tampoco hay constancia de que hubiera estado antes en la casa. Ese día iba a ir acompañando al rector de la Universidad, Esteban Madruga, no está claro el pretexto, pero éste no acude en el último momento porque tiene que asistir a un entierro.

Aragón fue recibido por la asistenta Aurelia, que oyó gritos en dos ocasiones y a la segunda subió y se encontró con el cuerpo inerte y a Aragón fuera de sí. Sobre la identidad de Aragón, se desvela que participó en el sanguinario levantamiento en Huelva, que organizó quemas de libros al frente de la Falange en la ciudad y que fue director del periódico La Provincia, antes de trasladarse a la Universidad de Salamanca en noviembre del 36, a dar clases y «depurar maestros».

Todo el documental es una recreación a partir de fuentes históricas con actores que ponen voz a los protagonistas, desde José Sacristán (Unamuno) a Antonio de la Torre, Marian Álvarez, Víctor Clavijo o Andrés Gertrudix.

El único testimonio a cámara es el de Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del autor de «La tía Tula» o «Niebla», que cuenta cómo los falangistas se presentaron en la casa al día siguiente de la muerte de su abuelo, sin previo aviso y se llevaron el cuerpo para enterrarlo.

«Se apoderaron de él hasta el final, no solo del cuerpo, sino con el uso propagandístico, intentando presentarlo como un fascista», dice. El documental revisa la vida de Unamuno desde que regresó del exilio en 1930 y se convirtió en una de las piedras fundacionales de la Segunda República hasta su muerte seis años después.

Incide y da una nueva dimensión al famoso episodio del enfrentamiento con Millán Astray en el acto oficial del 12 de octubre de 1936 en la Universidad salmantina, con el testimonio de Ignacio Serrano, inédito hasta hace menos de un año, cuando sus biógrafos lo incorporaron en una revisión actualizada de «El resentimiento trágico de la vida».

Serrano era catedrático de Derecho Civil, presenció aquel desencuentro y lo transcribió en el momento en que se produjo. «Vencer no es convencer, conquistar no es convertir, y eso que algunos llaman sin ningún fundamento la Anti-España es tan España como la otra», atribuye a Unamuno. Y la respuesta del general: «Muera la intelectualidad traidora, viva la muerte, viva Franco, viva España».

Según las notas de Serrano, lo que más irritó a Millán Astray es la mención que hizo Unamuno de José Rizal, escritor y héroe de la independencia de Filipinas fusilado por los españoles. Aunque mucho se ha debatido en los últimos años sobre la literalidad de las palabras pronunciadas aquel 12 de octubre, lo que el documental pone negro sobre blanco son las graves consecuencias que tuvieron para Unamuno.

Hay dos cartas significativas, una enviada por Francisco Bravo, jefe de Falange de Salamanca al hijo de Unamuno reprochándole su discurso: «sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al Movimiento Nacional ha sido tan magnífica, pudiera sucederle algún incidente desagradable».

En una carta posterior, fechada sólo diez días antes de su muerte, es el propio Unamuno el que dice estar «encarcelado disfrazadamente» y añade: «Me retienen como rehén, no sé de qué ni para qué, pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa».