La actriz emocionó y puso en pie al público con su poético espectáculo ‘Resilienza d’amore’. | Pilar Pellicer

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Un canto al amor y al desamor; un paseo bañado por el surrealismo, entre la melancolía, el desconcierto, la tristeza y la alegría. Rossy de Palma se desnudó ante el público mallorquín, que la esperaba con ganas, con un espectáculo hecho a su medida que ella mismo escribe, dirige y protagoniza. Un ejercicio verbal en forma de monólogo en el que la intérprete, una de nuestras actrices más aplaudidas e internacionales, se abre en canal. Resilienza d’amore se estrenó este domingo en un Teatre Principal de Palma abarrotado, un público que se rindió a una Rossy de Palma más visceral que nunca, sacando todo lo que lleva dentro, pensamientos, sentimientos y emociones que levantaron al público en una gran ovación.

La figura de Dalí es clave en la creación de este espectáculo, solo unos segundos de función dejaban claro el aire surrealista, daliliano, picassiano e incluso dadaista que marcó el devenir de la obra. Imágenes proyectadas desde la oscuridad, con Mozart y su Lacrimosa dando paso a una Rossy que lo dio todo, de principio a fin. Una Rossy que en algunos momentos se rompía y en otros trataba de recuperar sus alas para volver a volar.

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Resilienza d’amore se articuló a partir de pequeñas piezas teatrales en las que Rossy de Palma pasó por todos los estados emocionales: de la melancolía más angustiosa al humor más absurdo, de puro divertimento; como si la actriz se transformarse en un clown en un ejercicio de creatividad subconsciente para invocar la magia y la inspiración desde la nada más absoluta, desde la oscuridad. Hilarante resultó la pieza del ‘bazar de objetos surrealistas’. Cambios de registro que podrían resultar desconcertantes, pero que la actriz hila de manera magistral a partir de su voz, de su cuerpo, de su instinto, de su alma. Cantó, bailó, lloró y rió. Como si fuera una cebolla, elemento importante en el último tramo del montaje, como bien pronuncia en su texto: «La vida es como una cebolla, con capas, pero que dentro no tiene nada».

El apartado visual es otro de los fuertes del montaje, sencillo pero efectivista, con juegos de luces, proyecciones surrealistas y un vestuario totalmente fundido con las emociones que Rossy vomitaba directamente desde su alma. En lo musical, la obra transitó entre partituras de Mozart, Bjork, Maria Callas u Ornella Vanoni.

El espectáculo tuvo su toque mallorquín, o más bien mediterráneo, con Rossy convertida en La Sibil·la o una ‘palmera mallorquina’, y apariciones de Biel Mesquida, con sus versos de resistencia ante las injusticias de este mundo, y de Tomeu Arbona, del Fornet de la Soca, que puso el broche a la función con una ensaïmada que Rossy repartió entre los asistentes, un clímax más desconcertante si cabe. Una montaña rusa de emoción y visceralidad.

De Palma repartió una ensaimada de Tomeu Arbona. Foto: martiblaufoto