Miquel Serra posa en el estudio de grabación. | Pilar Pellicer

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Me dirijo a pie a mi cita con Miquel Serra, en mi MP3 suena The last day of summer de The Cure. Mientras Robert Smith le canta a su juventud marchita, no puedo evitar pensar que las canciones del manacorí conservan ese mismo aroma a nostalgia por lo irrecuperable, ese llanto ahogado por el inexorable paso del tiempo. En su compañía me percato de una obviedad: Serra es lo opuesto a una rockstar, viste discreto, habla pausado y se comporta con extrema sencillez. Ni el éxito ni la adulación le han hecho mella. Es el clásico tipo con el que te irías a tomar una cerveza para charlar de la vida. El próximo 19 de agosto alzará el telón del Fila U, el Festival d’Estiu del Teatre Principal de Palma.

Acaba de publicar Be-sades, un conjunto de temas descartados de otros discos, ¿le preocupa que su obra tenga un sonido con personalidad que salte de un disco a otro?

—Diría que no, lo que pasa es que lo que no consigo en un disco intento resolverlo en el siguiente. Me gustan mucho las texturas envolventes, y es algo que en cada disco intento mejorar. Quizá parecía que intentaba seguir una línea pero no es así.

¿Por qué le interesan más los paraísos perdidos y la nostalgia por lo irrecuperable que las historias con final feliz?

—A la hora de escribir tengo tendencia a hablar de algo inconcluso, o de aquello que necesito revisitar para seguir entendiéndolo. Si hablo del pasado y de mi familia es porque son situaciones que continúan vigentes en mí.

¿Cómo funciona su control de calidad, de qué depende que una canción acabe en un disco o en el cajón?

—De dos cosas: de la calidad de la melodía, que es algo subjectivo y mío, y del resultado de la sonoridad final.

¿En qué repertorio se basará su concierto del Principal?, ¿entrarán canciones de Be-sades?

—No entrará nada de Be-sades, fue un disco que hice para entretenerme durante el confinamiento. En el concierto tocaremos canciones de L’elegància dorm y de los discos anteriores.

Sobre el escenario contará con la colaboración de un puñado de amigos (Pep Toni Ferrer, Michael Mesquida, Joan Miquel Oliver,…), supongo que compartirá un tema con cada uno…

—Con algunos ya he colaborado, con otros nunca pero quería invitarles porque sé que alguna canción les ha gustado y estarán contentos de estar conmigo.

En su obra hay muchas historia de corazones rotos, ¿a veces no se siente demasiado expuesto?

—En una canción escribes cosas que no te atreverías a contar a alguien que no conoces. Una canción es como un artefacto que haces tuyo y no sabes muy bien qué recorrido tiene. Entiendo que expongo mi vida pero no me supone ningún conflicto.

Desde fuera parece siempre atravesar un momento reflexivo y sereno, ¿la procesión va por dentro?

—Quizá doy la sensación de ser una persona serena, pero tengo mis malos vicios como todos.

¿Madurar es comenzar a mirar hacia adentro y hacer discos más introspectivos?

—Creo que madurar es adaptar todo lo que vas aprendiendo en tus experiencias y en tus reflexiones, y que te sirva para reenfocar aquellas cosas han conformado tu personalidad. Madurar es no quedarse estancado en lo que fuistes en el pasado.

Incursiona en diferentes géneros desde una óptica y personalidad inconfundibles. Prácticamente ha creado un estilo propio, ¿se siente esclavo de su marca?

—No, de lo que me siento esclavo es de la dificultad y perseverancia que debo tener para hacer música y escribir letras.

Su música puede sonar muy tradicional y de golpe irrumpe una canción que apunta al futuro. Es una dicotomía interesante, ¿no cree?

—Supongo que es porque escucho muchos tipos de música y cuando me meto en el estudio pienso ‘esta canción me gustaría que sonara como Animal Collective o como aquella canción de Deerhunter’, y al final sale una cosa muy variada como dices.

¿Ha tenido que pagar muchos peajes para no dejar de ser quien es?

—No, ninguno. Para mí esto no es un trabajo, es un placer.