La escritora andaluza María Sirvent, que ambienta su nueva novela en Mallorca. | Carles Domènec

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En la novela Los años impares (Espasa) de María Sirvent (Jaén, 1980), buena parte de la trama transcurre en Mallorca, convertida en tierra de oportunidades para trabajadores de la Península que buscan en la hostelería su sustento. La autora compara las distintas ambiciones de dos generaciones de camareros.

¿Cómo define a los personajes de Los años impares: antihéroes, gente normal…?

—Me gustan las dos definiciones, pero creo que son gente normal que lucha por perseguir sus sueños, o para que no les pase nada malo.

Usted vivió en Mallorca, ¿no es así?

—Sí, un año de mi vida. Fue ahí donde empecé a escribir la novela. Hubo un camarero, que se llamaba Manolo, como el personaje del libro, que me sirvió un café. Era mayor. No había publicado mi primera novela. Esa noche escribí el inicio de lo que sería esta segunda novela. Escribí: ‘Manolo tiene bigote, chaleco de camarero y un montón de años’.

¿Dónde se encontró a ese camarero?

—Prefiero no decirlo. Era en un hotel del paseo marítimo.

¿Qué representa Mallorca en el relato?

—Hay dos generaciones de camareros en mi novela. Está la generación de Manolo, que son esos jóvenes que se fueron del campo de la Península, para trabajar en los hoteles de Catalunya y las Islas. No tenían tiempo para nada. Trabajaban como burros y enviaban dinero a sus familias. Manolo es un camarero a la antigua usanza, piensa que el cliente siempre tiene la razón y que no hay que estar nunca parado. Ellos entraban en contacto con una España que no conocían, la del turismo. La veían como algo ajeno. Después, aparecen los camareros de la generación actual. El presente de la novela sucede en el año 2011. Van a Mallorca por la crisis, ya que no han encontrado trabajo de lo suyo. Tenemos licenciados en Derecho y Humanidades, y una antropóloga.

Como contraste, también presenta la vida en un pueblo de Ciudad Real.

—Los personajes se sienten atrapados en el pueblo. En algún momento de sus vidas, quieren salir de él, por distintos motivos. Lo viven como una limitación. En mi novela, hay muchos personajes con inquietudes artísticas. El pueblo es un protagonista más. Mallorca es donde están las oportunidades.

Al mismo tiempo, la trama empieza con un concurso televisivo sobre talentos musicales.

—No es el tema principal de la novela, que empieza con un personaje que ha ganado un concurso y, pocos años después, trabaja como camarero. No le ha servido de mucho.

Recurre con frecuencia a los diálogos. ¿Es un recurso que utiliza habitualmente?

—Le di mucha importancia a los diálogos. Es una manera de dar información sobre los personajes. Es un arma narrativa muy valiosa. También me apoyo en las elipsis. Mi idea era alternar capítulos de Manolo y la adolescente. Poco a poco, la novela se fue abriendo, con la familia de Manolo y la Paca. La he ido escribiendo durante nueve años. He intentado que, cada capítulo, tuviera impregnado el ritmo, la cadencia, la redacción y el vocabulario del personaje de la época que estuviera hablando. He buscado expresiones del pueblo que sale. Incluso he ido a Argamasilla, para encontrar expresiones de campo que se empleaban en los años 60.

Otra constante es el humor, con un cierto sentido trágico.

—Sí, es una forma de facilitar el acercamiento a ciertos temas, como la demencia senil o la depresión postparto de una mujer en la España rural de los años 50. El humor y la ironía acercan, de manera más cómoda, la historia al lector.

En las páginas de Los años impartes destaca la opresión que produce la falta de luz en las casas.

—Hay mucha gente que no enciende la luz para no gastar. Es algo que me pone muy nerviosa.

¿Cómo es ser representada por la prestigiosa agencia literaria Balcells?

—Siento que estoy en buenas manos. Son muy profesionales. Desde la primera novela, me ha representado la Agencia Balcells. El trato humano es impecable.