El escritor Joan Pons Bove. | Pere Bota

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Por fin ya está en librerías la novela Tània i els vius (Adia Edicions), la obra con la que Joan Pons Bover (Santanyí, 1972) ganó el Premi Ciutat de Palma Llorenç Villalonga 2019. La trama se articula alrededor de la prematura muerte de Tània, un desenlace trágico que marca un antes y un después en la vida de Miquel –su pareja–, Guillem y Arnau, que explican en primera prersona los hechos que los «expulsaron» del mundo que conocían antes de su desaparición. Tània i els vius es la seguna novela y también el segundo galardón que consigue el autor, que se dedica a la docencia, pues con Un incendi al paradís (El Gall Editor, 2017) se llevó el Premi Pollença de Narrativa.

«Jo som la que acaba morta». La primera frase ya es un anzuelo que engancha al lector.

—Para mí Tània es un personaje muy enriquecedor porque aporta una visión muy distina. Me interesaban los dos puntos de vista: los que se quedan y la que se va. No podemos tener esta última perspectiva, solamente lo podemos imaginar a través de la literatura; no hay ninguna ciencia que pueda saber cómo se sienten o qué piensan los muertos si es que existen de alguna forma. Me fascinaba cuando la escribía, era como si me permitiera viajar a lugares donde nadie ha podido, a territorios desconocidos.

En la novela trata temas que todavía hoy siguen siendo tabú, como las enfermedades mentales y el suicidio.

—Sí, todavía hay una estigmatización, pero no me planteé qué temas trataría en el libro. Empecé y siempre lo hago de esta manera, con los personajes y, si me enganchan, les hago preguntas. Y voy tirando del hilo y voy configurando cada uno de ellos. Todo el proceso me resulta muy natural y es después cuando me documento sobre algunos aspectos.

Para la escritura de la novela, tal y como indica en los agradecimientos, pidió asesoramiento a una psiquiatra y a abogados.

—Sí, por ejemplo en los temas médicos me ayudó la psiquiatra Aina Alzamora y fue muy interesante porque le iba explicando cómo era el personaje y ella me hizo muchas preguntas al respecto. Fue un trabajo conjunto y me ayudó a entender a Tània desde otro punto de vista, el psiquiátrico. En cuanto a los temas legales, me echaron una mano dos amigos míos que son abogados, que me asesoraron en la redacción, por ejemplo, de las sentencias judiciales que se incluyen en el libro, además de otras cuestiones empresariales. Creo que siempre tienes que documentarte o asesorarte cuando en una novela entras en aspectos técnicos, pues no deminas esos campos como lo hacen los profesionales.

Otro tema interesante es la relación entre Guillem y Arnau, amantes secretos que se conocen a través de una página web de contactos y cuyos chats también incluye en el libro.

—He comprobado cómo son estos chats y es un mundo subterráneo, que siempre circula bajo tierra, pero que existe de la misma manera que hay aplicaciones móviles. Hay quienes entran para ocultarse y no dar la cara y otros que lo hacen para obtener una satisfacción inmediata.

El amor, las frustraciones, los celos, la envidia y el deseo marcan a los personajes.

—Cada uno arrastra su propia incapacidad y sus frustraciones. Tània es la que está más distanciada de todo, porque ya no está en este mundo, y puede verlo todo desde una perspectiva muy diferente, pero los demás han salido como expulsados del mundo que conocían. Desde el momento en el que salen expulsados pierden referentes y la escritura, para cada uno de ellos, es una forma de intentar juntar las piezas del puzzle y reconstruirse, para mirar después del naufragio qué ha quedado. Eso, como autor, evidentemente me da la excusa para escribir la novela.

El mundo interior de los personajes es muy complejo y denota también la falta de educación emocional, y también sexual, que padecemos.

—En nuestra vida cometemos muchos fallos sobre todo por una falta de educación emocional. Muchas veces no sabemos ni comprendemos qué es el deseo, que es un motor pero también puede ser una trampa. Algunos personajes se dejan arrastrar por el deseo y eso puede llegar a ser destructivo. Al deseo hay que darle un espacio sí, pero también intentar reflexionar sobre él, no idealizarlo.