Portada de 'Solo tres citas y una mentira', de Victoria Vílchez, publicado por Titania. | Solo tres citas y una mentira

TW
2

Me temo que mi problema con la novela romántica es que no soy romántica y tampoco tengo una confianza excesiva en el género masculino (en el femenino poquita también). Así que los libros que me hablan del príncipe azul y de esa felicidad plena que se supone que te espera a la vuelta de la esquina en cuanto aparezca el hombre ideal pues no me los creo. Sencillamente. Y no comprendo que haya personas adultas con cierta trayectoria sentimental que se los creen. Pero aún así soñar es gratis y es divertido, así que ¿por qué no leer una de estas novelas simpáticas y tiernas que nos hacen pasar un buen rato? Solo tres citas y una mentira es la última obra de Victoria Vílchez, una mujer de cuarenta años, bióloga marina de formación, que en 2012 autopublicó su primera novela en Amazon, una historia destinada al público juvenil a rebufo del boom vampírico del momento. Pero se ve que la cosa funcionó porque detrás de esta ha sacado a la luz nada menos que quince novelas, un récord de productividad que da una ligera idea del tono de sus escritos: ágiles, fáciles, para lectoras (estoy segura de que prácticamente son féminas) que buscan entretenimiento, fantasía y diversión. Lo mismo que las clásicas comedias románticas del cine y la televisión.

Noticias relacionadas

Sin más ambiciones que esta, la novela transcurre a lomos de capítulos cortos que nos presentan a Nadia, una pelirroja de carácter fuerte, bastante borde, que ama su soltería, se pasa los fines de semana en pijama viendo maratones de series y es una friki de manual en lo que respecta a Harry Potter, El Señor de los Anillos y demás. Su escasa vida social incluye a su amiga de la infancia y a su gamberro compañero de trabajo. Todo cambia en su vida cuando aparece Raúl, el bombero buenorro que le propone tener tres citas. Aunque rehúye el compromiso, el arrebatador (y sospechoso) encanto del mozo acaba por persuadirle y cae rendida entre sus brazos antes de que cante el gallo.

Cuando la trama entra en el más absoluto pasteleo, aunque la moda dicta que hay que introducir algunos rasgos eróticos bastante explícitos (que a mí me resultan de mal gusto), yo como lectora empiezo a perder la paciencia hasta que, aleluya, la historia da el vuelco que estabas esperando. No haré spoilers, pero me chirría la introducción repentina de dos capítulos narrados por otro de los personajes –me suena a que la autora no sabía cómo resolver el asunto– y, desde luego, reniego del final, que vuelve a caer irremediablemente en el pasteleo más edulcorado. En fin, quizá el problema sea mi absoluta falta de romanticismo. Los lectores que busquen una historia rosa, joven y fresca, con una protagonista bastante descarada, encontrarán en estas páginas un buen motivo para pasar un rato a gusto sin complicaciones.