Rafael Torres en una imagen de hace un año. | Pere Bota

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Rafael Torres, que fue guitarra y acordeón de Los Javaloyas, ha muerto este domingo a los 85 años en Llucmajor, donde se había trasladado para pasar la cuarentena del coronavirus. Junto a Luis Pérez Javaloyas, pianista y cantante, fue uno de los fundadores del grupo musical que triunfó en el mundo entero en las décadas de 1950 y 60.

Torres y Peres Javaloyas eran valencianos, amigos y vecinos de barrio. Con el grupo original viajaron a Mallorca. Pep Mora, empresario de la sala de fiestas Jack el Negro y del Café Lírico, los contrató y vio el potencial. El grupo se reorganizó con la entrada de músicos de la Isla: Serafín Nebot, voz principal y concertista de violín; Toni Covas, bajo y trompeta, y Toni Felany batería y voz de apoyo.

La familia de Rafael Torres era propietaria en Valencia de un conocido establecimiento dedicado a la venta de instrumentos musicales. Por ello abrió una sucursal en Palma, Musical Torres, muy conocida por la venta de instrumentos y el alquiler de equipos de sonido.

Torres fijó su residencia en Mallorca al regreso de las exitosas actuaciones de Los Javaloyas en Alemania y otras capitales europeas. De hecho, y como solía recordar él, «en Suiza nos contrataron para actuar en Teherán ante el Sha de Persia». El contrato lo suscribió, nada menos, que Monsieur Diba, tío de la que sería emperatriz de Persia, Farah. Cantaron para el emperador y su esposa Soraya en el palacio de la capital y en su residencia de verano.

Los Javaloya en su apogeo

Rafel Torres se casó y tuvo una hija, Cristina, que se ha ocupado de él a lo largo de estos últimos años, desde que enviudó. A consecuencia de una enfermedad progresiva, padecía ceguera. Sin embargo, conservaba la cabeza clara e intacta la memoria, como lo demostró hace un año durante una entrevista con nuestro periódico.

Entonces recordaba por qué tocaba el acordeón, un instrumento inusual en los grupos musicales de la época. «Pasé mi infancia entre acordeones y acordeonistas, ya que mi abuelo tenía una pequeña fabrica de acordeones en Valencia, y mi padre era primer oficial a la hora de afinarlos», explicaba. «En casa no veía más que acordeones y acordeonistas. Por eso aprendí a tocarlos, y por eso, a los ocho años, empecé a estudiar música y solfeo».