Portada de 'El buen hijo', de You-Jeong Jeong. | Reservoir Books

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A quienes amamos la cultura coreana, desde la portada el libro nos atrae como la luz a las polillas, con la misma insana curiosidad que puede costarnos caro. El precio a pagar es un buen rato de ansiedad, episodios de náusea y no poder parar de leer para ver cómo acaba el maldito embrollo en el que nos mete la autora, You-Jeong Jeong, que sonríe desde la foto donde nos explica que tiene 54 años, es enfermera de profesión (seguramente la sangre no le da ningún reparo) y lleva veinte años publicando libros de éxito con un hilo conductor que recorre sus novelas: la existencia del mal en el ser humano. Su obra ha sido traducida a catorce idiomas, pero en España, ya se sabe, eso de encontrar traductores del hangul resulta complicado. De ahí la escasez de títulos literarios procedentes del país asiático, a pesar de que la famosa ‘ola coreana’, el hallyu que nos trae el k-pop y los k-dramas televisivos, arrastra consigo también un buen puñado de escritores y literatura de calidad. Así que El buen hijo merecía una oportunidad.

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En sus páginas conocemos, y nos encariñamos, con Yu Jin, un chico diez: guapo, responsable, estudioso, buen hijo y buen hermano. Solo tiene un problema: la medicación contra la ‘epilepsia’ arruinó su carrera deportiva en la infancia, le mantiene atontado y le provoca terribles dolores. Así que decide dejarla. A pesar de que sabe que tanto su madre como su tía –prestigiosa psiquiatra infantil– están obsesionadas con controlarle. Ya no es un niño, puede cuidarse por sí solo. ¿O no? «Al poco tiempo de dejar las pastillas, entraba en una dimensión mágica. Desaparecían los dolores y los sentidos se me agudizaban. Mi olfato se volvía sensible como el de un perro, la mente me iba más rápido que nunca y captaba la realidad por intuición antes que por la razón. Me sentía dueño de mi vida y me parecía que todo era fácil y sencillo».

La falta de medicación le nubla la memoria y cuando se despierta un frío día de diciembre... el olor a sangre le hace sospechar que algo no está bien. En cuanto sale de la cama y recorre unos metros descubre el cadáver de su madre en el piso inferior del moderno dúplex donde vive con ella. Un enorme tajo en el cuello con la sangre ya reseca parece sonreírle de forma irónica. Desde el cuerpo sin vida de su progenitora hasta su dormitorio hay un reguero de sangre que salpica el suelo, las paredes, las escaleras, las sábanas, la almohada y se extiende por su ropa y sus manos. Pero Yu Jin no recuerda nada. A partir de ahí la novela avanza a un ritmo frenético a través de la compleja personalidad del chico, su pasado, el barrio recién construido donde se instaló la familia tras la pérdida irreparable del padre y del hermano, su relación con el afable hermanastro y su extraña atracción por las mujeres.