Amaia lleva al Auditórium su pop desenfadado y tarareable.

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Amaia no es una artista convencional, y eso la honra. Ya no lo era cuando formaba parte de Operación Triunfo y se convirtió en una de las indiscutibles promesas musicales del país. La navarra huye como de la peste de los sonidos de moda, sus canciones se miran en el espejo de artistas que no asoman por las listas de éxitos. El pop prístino de Belle & Sebastian (Todos estos años); los sintetizadores vintage de New Order (Quiero que vengas); el sonido Donosti (El relámpago) y los ecos de Karina (Quedará en nuestra mente) son los cimientos que sostienen su debut discográfico: Pero no pasa nada. Un canto a la libertad desde el flanco de una post adolescente, con sus divagaciones, sus frustraciones y sus contradicciones. El Auditòrium de Palma medirá su propuesta el 21 de febrero.

¿Siente que su vida va deprisa?
— Sí y no. Cuando pienso en lo que he vivido en los últimos tiempos no me parece que hayan pasado dos años sino diez. Otras veces tengo la sensación de que todo va deprisa y me da un poco de vértigo.

Una de las cosas que más llaman la atención de Pero no pasa nada es su acabado tan fino, ¿está satisfecha con el trabajo de producción?
— Quedé contenta, creo que he hecho algo sencillo y coherente con mis gustos.

Algunas de sus canciones suenan como una reconciliación con el pasado, ¿le quedaban capítulos por cerrar?
— Tal vez. Me gusta la nostalgia, recordar tiempos pasados y la infancia. Soy bastante melancólica, me emociono fácilmente con canciones que mezclan tristeza y alegría.

Con lo agitada que se ha vuelto su vida, ¿fue fácil encontrar espacios para crear?
— No. Cuando salí del programa fue una locura, no me esperaba el boom que se había creado. Sentí que se aprovechaban de mí con tanta promo y me frustró no tener tiempo libre. Luego, al procesarlo, ya pude trabajar en el disco.

De todas las voces de su generación de OT, la suya es la menos comercial y, paradójicamente, la más vendedora…
— Todo es muy subjetivo, no hay nada premeditado. Hago lo que siento que me representa, si hiciera música comercial no la sentiría como propia.

¿Siente que su música hace de bisagra entre esta generación de sonidos urbanos y la de los años noventa, marcada por el indie?
— Siempre he estado rodeada de música indie y eso se refleja en el disco. No tenía sentido volcarme en unos géneros con los que no estoy familiarizada.

¿Cree que las canciones deben ser un soporte de denuncia social o ya recibimos bastante información en nuestro día a día?
— No soy muy fan de las canciones reivindicativas ni feministas. Sé que ahora está de moda, hay quien lo hace de corazón y otros para quedar bien, en mi caso no lo hago porque no va conmigo.

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¿Qué hay de realidad y ficción en sus letras?
— Hay mucha más realidad que ficción, escribo sobre lo que siento y lo que me pasa desde una perspectiva sencilla y directa.

David Bowie dijo que la disciplina mata al carácter, pero es necesaria, ¿coincides con él?
— Coincido con él, pero me temo que me tengo que aplicar el cuento.

¿Cuándo fue la última vez que se sintió estafada?
— En mi primera sesión fotográfica. Me hicieron ponerme un vestido bastante feo que no iba conmigo, les dije que no me gustaba esa foto y al final fue la que se utilizó para mi primer single.

¿Y la ultima que tuvo ganas de estrangular a alguien?
— Creo que ese mismo día (risas).

¿La etiqueta pop se queda pequeña para catalogar su música?
— Creo que no, no se queda ni pequeña ni grande. Mi música está muy definida: es pop.

¿El éxito cambia o desenmascara a las personas?
— A mí no me ha cambiado, me ha hecho evolucionar y aprender más deprisa.

¿Cuál es su primer recuerdo musical?
— Viendo una peli de Marisol y cantando sus canciones.

¿Cuál es la mayor lección que le ha enseñado la vida?
— Creo que todavía no me ha llegado ese momento.