El cineasta Adam Elliot, director del filme de animación ‘Mary and Max’.

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Max es un cuarentón judío obeso de Nueva York; Mary, una niña australiana de ocho año que vive en los suburbios de Melbourne (Australia). En un primer vistazo, poco tienen que ver el uno con la otra, pero entre ellos surgirá una larga amistad por correspondencia que marcará sus vidas para siempre. Este es el punto de partida del filme de animación Mary and Max, el primer largometraje del australiano Adam Elliot, ganador del Oscar con el cortometraje Harvey Krumpet (2003). La cinta, Oso de Cristal de la Berlinale en 2009, es inédita en España y se verá aquí por primera vez, en Palma, dentro de las segundas jornadas PAula Baleares, un programa formativo y cultural para docentes y profesionales educativos. La proyección será en Es Baluard, el 8 de noviembre, a las 18.15 horas.

¿Cómo es hablar de una película, Mary and Max, que es de 2009?
—Siempre me gusta hablar de mis películas, tengo cinco cortometrajes y una película, los considero como mis hijos. Mary and Max es mi primer largo y el único hasta el momento, y supongo que es el que mayor impacto ha tenido en el mundo. Acabo de volver de México, donde celebramos su décimo aniversario, no sabía que las películas cumplían años (risas). Creo que todavía se habla del filme porque habla de la melancolía, de personas incomprendidas y marginadas, de la soledad, y esos temas siguen presentes. Todos nos hemos sentido así en algún momento. También es cierto que la animación tiende a tener una vida más larga que un filme de acción real.

¿De dónde surgen estos personajes?
—Todos mis filmes se inspiran en personas reales de mi vida, no hago fantasía. Es ficción llevada al límite. Mary and Max se basa en un amigo mío por correspondencia. En él basé Max, aunque no sea su nombre real. Nos mandamos cartas durante 25 años, entonces las volví a leer y pensé en todo lo que le había pasado en su vida, que podría ser el personaje central de mi película. Mary es mi infancia, yo estuve en las mismas situaciones. Pensé que hacer esta película con dos hombres de la misma edad no tendría la misma dinámica ni autenticidad. Son personajes con mucho color.

Hablando de colores. El mundo de Max es más oscuro, de grises, y el de Mary tiene una tonalidad de marrones. ¿Por qué?
—Siempre he trabajado en blanco y negro, pero la productora me convenció de que Mary and Max debía ser en color. Ahora agradezco que me persuadieran para ello. Esas dos paletas de colores sustentan muy bien las situaciones, particularmente el marrón, que en la época en que se ambienta la película, los años 70, parece que estaba muy de moda. Simboliza la psicología de Mary, porque su vida no tenía mucho color. Más que colores, son herramientas. Lo hizo Spielberg con el vestido rojo de la niña en La lista de Schindler, enfatizaba e intensificaba la situación.

Como ocurre en el filme, ¿puede un niño o niña cambiar la vida de un adulto?
—Por supuesto. En mi caso, yo tenía 17 años cuando empecé a cartearme con mi amigo por correspondencia, que era mucho más mayor que yo y de Estados Unidos, y yo de Australia. Me llegó de un punto desconocido, encontró mi dirección en un listín, me pareció interesante e inusual. Al poco tiempo me confesó que tenía el síndrome de Asperger. Realmente no cambió mi vida, pero la enriqueció. Tuvo mucho impacto en mi vida, y yo en la suya. Sabía que era una amistad arriesgada, pero llegamos a tener una gran confianza. Todo el mundo necesita un amigo por correspondencia en sus vidas.

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La película habla de gente diferente, marginada también. Aquí en España, aunque ahora ya hay una mayor conciencia, existe un gran problema: el bullying. ¿Puede su filme ayudar a que no es malo ser diferente?
—En Australia el problema es similar. Siempre ha estado ahí, pero ahora hay una mayor conciencia. Las escuelas están encontrando caminos para combatirlo. Yo mismo lo sufrí, creo que todo el mundo ha pasado por algo similar en su vida. Lo que trato de hacer en mis películas es generar empatía, no simpatía, por mis personajes. Mary and Max no busca ser educacional, pero de alguna manera habla de las personas e intento generar esperanza. Si los espectadores no sueltan una lágrima al final del filme, creo que he fracasado.

¿Es posible que un adulto y un niño mantengan una relación de amistad?
—Es bueno tener amigos que sean más mayores, lo mismo ocurre a la inversa. Yo mismo tengo un amigo que tiene 76 años, nos tomamos una copa de vino de vez en cuando, es entretenido, muy sabio y cuenta muchas historias. Puedes aprender de cualquier persona, de cualquier edad. Nos enriquece, enriquece nuestras vidas y aprendes a ser un mejor ser humano cuando tienes amistades diversas.

En el caso de Mary and Max, ¿quién aprende más de quién?
—Creo que Mary. Por eso, cuando ella escribe un libro sobre la vida de Max, cree que está haciendo algo muy positivo. Él también aprende de ella, pero Mary mucho más.

¿Puede un adulto aprender viendo una película de animación?
—Claro que sí. Hoy en día, todo el mundo tiene acceso fácil, en plataformas, a cine y series, pero lo que se ve principalmente es entretenimiento puro. También ocurre que, en Estados Unidos, asumen el cine de animación como solo para niños y niñas. En Europa no pasa, es cine también para adultos. Una familia no vería Mary and Max en Estados Unidos; en Francia, sí. Yo intento aprender de películas que van más allá del entretenimiento, que salgas del cine concienciado, con la impresión de que lo que acabas de ver te ha impactado en cierta manera, para bien o para mal.

Siempre dicen que una vez que eres adulto debes madurar, perder la inocencia. En su caso, ¿sigue ahí el Adam Elliot niño?
—Claro. Es cierto que, al no tener hijos, yo no me siento una persona con 48 años, todavía siento que sigo en los 23 (risas). No es por nada en particular, pero lo pienso así. Sigo teniendo ese espíritu de jugar, sobre todo me gusta dibujar y esculpir, moldear. Son actividades primitivas, como se hacía siglos atrás. Sobre todo pintar, es algo catártico y primigenio, siempre surgen ideas de ello.