Jesús Ferrero en Palma. | Jaume Morey

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Premio Ciudad de Barcelona, Premio Azorín, Premio Anagrama de Ensayo, Premio Café Gijón y ahora, Premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Jesús Ferrero (Zamora, 1952) tiene a sus espaldas varios galardones y reconocimiento. El último en sumarse, el de Novela Breve, ha sido por Radical Blonde, publicada por la Fundación Bartolomé March y la editorial Pre-Texto. El acto de entrega se celebró ayer en la Torre Cega, en Cala Rajada.

¿Cómo recibió la noticia de este premio?

—Con mucha ilusión, porque en mis novelas tiendo a ser sintético y creo que estoy relativamente dotado para este género, que es fronterizo entre el cuento y la novela. Lo he practicado pocas veces por leyes del mercado; la novela corta tiene un estatuto muy indefinido y no suele gustar mucho a los editores.

José Carlos Llop preside el jurado del galardón y hace diez años ganó el Premio Anagrama de Ensayo, donde quedó finalista Agustín Fernández Mallo. ¿Tiene una estrecha relación con Mallorca?

—Mi vínculo con Mallorca es entrañable y sentimental, pues con 14 años vine dos meses como boy scout y recorrí a pie toda la Isla. Por otra parte, Bearn o La sala de les nines, de Llorenç Villalonga, es una de las pocas novelas buenas que he leído en mi vida, y es injustamente desconocida. Además, el reportaje que escribí sobre Cristóbal Serra [para la revista del Institut d’Estudis Baleàrics en 2013] es de lo mejor que he escrito sobre un autor. En cuanto a Llop, le admiro como dandi, esa elegancia sin tiempo en sus gustos literarios, manera de ser y de presentarse; y Fernández Mallo es como mi hermano, todo lo que escribe me encanta, es sugestivo e inspirador, y además es una excelente persona.

¿De qué trata Radical Blonde?

—La novela empieza de manera muy veloz con Zoe Guzmán, una narradora en primera persona, descarada e inteligente, que se mueve por el mundo como Pedro por su casa. Habla de conocedores del arte, pero el lector ve que el arte del que habla no es el verdadero y muy pronto se da cuenta de que es una falsificadora de arte. Además, es falsificadora por vocación, pues la novela se estructura con descripciones del presente con viajes permanentes al pasado, como pasa en series televisivas como Twin Peaks. Sin avisar al lector, que lo entiende perfectamente.

No hay que infravalorar al lector.

—El espectador de las series de televisión lo entiende perfectamente. ¡Y además le gusta! El lector moderno ya no soporta las narraciones lineales. Muchos novelistas no se han dado cuenta de esto.

¿Esa vocación le viene de niña?

—Sí, desde niña su pasión era falsificar, disfrazarse, simular ser otra persona, engañar. Pero ¿engañar por qué? Ella se lo explica a su madre.

El libro plantea una reflexión sobre el arte y el mercado.

—Sí, aunque sin ser una novela de tesis, que nunca ha sido lo mío; tenía muchas ganas de dar mi visión del arte y lo he conseguido mucho mejor en una novela que en un ensayo. La reflexión sobre el arte sale sin que quieras, porque es a través de los distintos amigos y personajes que rodean a Zoe. Son intervenciones breves y fulminantes, para nada pesadas.

¿Cuál es esa visión suya?

—Los periodos en los que el arte no se encuentra a sí mismo son los más falsificables, que son el arte arcaico y el moderno. Los clasicismos son muy difíciles de falsificar porque respira.

Al falsificar y poner en entredicho el mundo del arte, ¿Zoe también se convierte en una artista?

—Cuestionar el arte es el arte supremo. Ella llama a los que la persiguen «funcionarios de lo absoluto» porque piensan que el arte es un absoluto y ella se ríe de ese tipo de absolutismos. ¡Pero si ella es capaz de falsificar un Basquiat o un Pollock en diez minutos!

Es una historia muy irónica.

—Es lo más irónico y veloz que he escrito nunca. Zoe narra de forma muy irónica y divertida esos viajes temporales y es muy implacable con su pasado. A la vez, es muy libre sexualmente, tienes muy pocas fronteras morales y artísticas. A la vez que hay una gran apertura de su conciencia a todas las posibilidades de la vida, se va observando también una degradación moral de la que ella es plenamente consciente.

¿Con qué se encontrará el lector?

—Con una novela muy emocionante y los personajes femeninos más interesantes de mi vida, porque Zoe habla en primera persona y te adentras en su propia voz. Me da la sensación de que este personaje ha sido un regalo y un auténtico milagro para la conciencia. Dicen que Balzac murió hablando con sus personajes. Es una muerte que siempre he envidiado.