El director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Jesús Cimarro (2d), acompañado del director Víctor Ullate (3d) y de los bailarines Josué Ullate (2i), Lucía Lacarra (3i) y Laura Rosillo, presentan la obra 'Antígona'. | Jero Morales

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El bailarín y coreógrafo Víctor Ullate (Zaragoza, 1947) deja definitivamente la danza después de «toda una vida» dedicada a la misma. Se va en el teatro romano de Mérida, con «Antígona», y con la duda de qué ocurrirá con su compañía tras 30 años de una exitosa carrera.

«Ahora sí, lo dejo y lo hago» de la mejor forma posible, ha dicho Ullate en una entrevista concedida a EFE en Mérida, donde este miércoles estrena como coreógrafo una de las mayores tragedias de Sófocles.

Es su despedida. «Qué más puedo pedir cuando lo hago, además, en este teatro», ha añadido Ullate, quien hace algo más de un mes sufrió «un fuerte infarto» que casi le impide terminar de coordinar este trabajo, su último como coreógrafo.

Feliz, muy feliz, con esta obra, «difícil donde las haya», pero preocupado por el futuro de su compañía dados los problemas económicos que ha presentado en el último año.

«No puedo seguir en estas condiciones, con tantos problemas económicos cada mes... avalando con mi patrimonio... he tocado el límite», reconoce el bailarín, quien, no obstante, agradece el apoyo económico que ha tenido desde la Comunidad Autónoma de Madrid.

Sin embargo, «no es suficiente». Por ello, Ullate cree que sería necesario que participara también el Ministerio de Cultura e incluso patrocinadores privados a través de la Ley del Mecenazgo.

«Ojalá siga, pues hay una tradición, una historia en esta compañía por la que han pasado los mejores bailarines del país», remarca el zaragozano.

A su juicio, la danza es «la hermana pobre de las artes escénicas», la que más ha sufrido la «indiferencia». En otros países, desde pequeño, «te llevan a ver teatro, danza, a asistir a ensayos». «Es la forma de aprender a valorar y respetar el trabajo del arte, a amar la cultura», añade.

Para Ullate, quien desde que nació «oía música y bailaba», pues a su padre «le encantaba bailar», el bailarín es «un atleta de élite, de vocación, y necesita muchas horas de esfuerzo y entrenamiento».

Sonríe cuando recuerda que su padre le llevaba a ver todos los musicales que podía, incluido el flamenco y la danza española. En un principio quiso ser bailaor, pero en Zaragoza, su tierra natal, no había escuelas de flamenco. «Mis padres me llevaron a una escuela de baile clásico, donde me convertí en un bailarín de clásico», apunta.
Ullate entiende la danza como «una profesión maravillosa» e incluso como «una terapia».

«He salido muchas veces al escenario con problemas que daban vueltas en mi cabeza y se me han ido.

«El sentimiento del baile es tal, la sensación de elevación es tal, que, a veces, piensas que no ha sido real lo que te ha pasado en el escenario», remarca el coreógrafo. «Poder evadirte -añade- de esa manera y sin palabras, sólo con el movimiento de tu cuerpo. Así es la danza, el lenguaje del cuerpo».

Con este mismo lenguaje, Ullate traslada Antígona al espectador, con el sello de que es la primera vez que esta tragedia se sube al escenario a través de la danza.