‘Jacko’, eternamente recordado por su legión de fans. | JAGADEESH NV

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Talentoso, ambicioso, grandilocuente, enigmático, frágil, solitario, admirado, polémico, visionario, frenético y lascivo. Todos los calificativos encajan con Michael Jackson, un artista con una personalidad atormentada que pulverizó los registros de ventas y reinventó la forma de sentir la música, desplazándola al campo audiovisual.

‘Jacko’ fue el último renacentista del pop, un genio vanguardista, polémico y hereje, víctima de sus hábitos, cuya huella en la historia se amplificará hasta la eternidad. Este 25 de junio se cumplen diez años de su fallecimiento.

De cuanto se ha dicho y escrito de él, me fascina el análisis que Egberto Willies –un joven próximo al artista– realizó para la CNN: «Amaba a Michael Jackson, odiaba a Michael Jackson. Admiraba a Michael Jackson, me avergonzaba de Michael Jackson». A pesar de que la ignominia le persiguió en sus últimos años, de sus extravagancias y de su narcisismo crónico, el mundo sigue respetándole por su gigantesca contribución musical. Como sucedió con The Beatles, el artista de Gary (Indiana) reformuló los códigos del pop, obligando a la prensa a reconocer que la mayor estrella de la música podía ser negra, algo que implicaba el derribo de muchas barreras.

Inflexión
Podría decirse que 1982 marcó el punto de inflexión en su carrera: Jackson se propuso revolucionar la música con el lanzamiento de un arriesgado y ambicioso proyecto, Thriller. Un disco que 37 años después sigue sin tener un tema predominante ni un estilo cohesivo. Suena como un maridaje de singles, como un precoz álbum de greatest hits. Eso, justamente, era lo que perseguía, concebir una colección de canciones pensadas, todas ellas, como hits.

Cada una llega a un target masivo de público. Billie Jean está pensada para bailar. Beat it para los amantes del rock. Baby be mine es un abrasador medio tiempo con aroma post-disco, y Thriller infringe un subidón de pop, funk y ácido envuelto en tinieblas. Todas ellas fueron reforzadas con audaces videoclips que subrayaban a la vez el encanto e inaccesibilidad del artista. Jackson había alineado todos los astros para dar forma a un corpus de canciones nacidas con una pasión, ritmo y métrica intachables. Clásicos instantáneos que desvelaban la enorme sensibilidad de quien las había compuesto. Y aunque sus letras no tenían un calado socio-político ni reflejaban aspiraciones literarias –tan solo la desmedida ambición de su autor– bastaron para someter al mundo en un consenso sincero que conectaba con los sueños y aspiraciones más comunes.

Ocaso

La construcción de una fortaleza para aislarse del mundo, significó para Jackson la culminación de un viejo anhelo.

Sin embargo, Neverland fue el principio del fin del artista. Situado a unos 160 kilómetros al norte de Los Ángeles, su rancho reunía todo aquello que adoraba: juegos, atracciones, un tren sobre raíles y niños, muchos niños. Una parte de él quería experimentar la infancia que le fue robada por un padre autoritario y una industria musical que, desde muy tierna edad, le encadenó al escenario.

Todo saltó por los aires en 1993, tras ser acusado de abusar de un joven de 13 años, y puesto que vivía rodeado de niños los cargos se hicieron demasiado creíbles. Veinte millones de dólares acallaron a los padres del chaval, pero no a la opinión popular, que adivinaba en aquel pago la admisión de culpa. Ese episodio dañó profundamente su imagen, fue entonces cuando desarrolló su dependencia a las pastillas. Trató de lavar su imagen dándole un marco heterosexual, uniéndose con Lisa Marie Presley, hija de Elvis. Pero, como su affaire con los niños, aquel matrimonio nunca resultó creíble.

Con todo, a diez años de su muerte, su descomunal contribución ha barrido cualquier rastro de polémica. Quizá sea mejor quedarse con la cara amable de un artista que modernizó el pop, llevándolo a un plano más inclusivo. Un artista que detenía el reloj cada vez que se encaramaba al escenario para cantar y bailar ante un público subyugado a sus encantos. Eso es grandeza.