El director del Auditòrium, Marcos Ferragut, posando este jueves para esta entrevista. | Jaume Morey

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Marcos Ferragut lleva 15 años al frente del Auditòrium de Palma, relevo que tomó de su padre, Rafel, y que éste recogió de su abuelo, Marc, que con mucho esfuerzo abrió las puertas de este espacio en 1969. Para celebrar estos 50 años de vida, este viernes, a las 20.00 horas, se celebra la Gran Gala Benéfica, organizada por los diez clubes rotarios de Mallorca y que cuenta con la participación de muchas formaciones y artistas de las Islas. Entre ellas, la Banda Municipal de Música de Palma, que conjuntamente con la Coral Universitat y el Orfeó de la UIB, estrenarán Obertura Mallorca, obra compuesta a propósito de este evento por Antoni Mairata, así como la Jove Orquestra, el Cor Ciutat de Mallorca o la soprano Irene Gili. En el acto, que tendrá una duración aproximada de dos horas y media, también se proyectarán dos documentales, Llums de Tramuntana y otro sobre la construcción del Auditòrium.

Este viernes es la Gran Gala, un evento con muchas actuaciones.
—El catalizador de todo ha sido Bernat Obrador, apasionado del Auditòrium y gran amigo nuestro. Luego también hay mucha gente involucrada. La han organizado los rotarios, nosotros solamente le hemos dado el apoyo de infraestructuras y soporte técnico, para nada hemos intervenido en el contenido. Se ha plantado como una gran sorpresa, sobre todo hacia mi padre.

Estudió Economía, algo que le debió servir al coger su testigo.
—Totalmente. Afortunadamente, este año, desde el Govern se ha empezado a ver el sector cultural como una industria, que es lo que es.

¿Hasta ahora no se había visto así?
—No, era siempre el patito feo de las consellerías. Ahora se empieza a ver como una industria, que mueve dinero y da empleo de calidad, que paga impuestos... Es de agradecer, por ejemplo, la creación del Institut d’Indústries Culturales que ha puesto en marcha Fanny Tur y Joana Català, pues hasta ahora no encajábamos en ningún sitio.

El Auditòrium tiene algunas particularidades.
—Fue el primero construido en España y el único que, desde su concepción hasta el momento, ha estado en manos privadas. Siempre hemos denunciado el pago del IBI, algo que nos lastra mucho, sobre todo nos quejamos porque el resto de teatros no lo pagan, o bien porque son públicos o porque están en manos de la Iglesia. Nosotros pagamos 6.200 euros mensuales. En 2012, el incremento de nuestro IBI fue del 285 %. ¿Qué nos ha permitido sobrevivir? Ser terriblemente eficientes y programar de la manera más científica.

¿Qué quiere decir?
—Si programas solo desde el corazón, por ejemplo, con un estilo o género musical o de teatro concretos, es la receta ideal para cerrar en cuestión de un mes. Hay que hacerlo de la forma más sostenible.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina, ¿cómo les afectará?
—Cuando empieza un nuevo gobierno siempre pedimos lo mismo: que nos dejen trabajar. Es decir, que no nos pongan más competencia desleal por parte de la administración y que no nos carguen con más impuestos.

¿Con competencia desleal se refiere a los teatros públicos?
—Sí, a todas las infraestructuras públicas susceptibles de hacer espectáculos, que no existirían si no fuera por la intervención o mala intervención pública. Creo que la sociedad civil es suficientemente madura como para autogestionarse. Es decir, si tienes una idea o proyecto, ¿por qué tiene que venir una iniciativa pública a pisoteártelo? Si al burócrata de turno le da por hacerlo con los teatros, ¿qué le impedirá hacerlo con otros sectores, como los periódicos? El intervencionismo lo único que hace es desbaratar el mercado. Nadie habla de cines públicos, por ejemplo. Es algo anormal, estás dejando una parte del ocio en manos de unos burócratas. Que alguien decida, con dinero público, qué obras de teatro tiene que ver es muy peligroso. Vamos hacia Un mundo feliz, de Aldous Huxley. No estoy en contra del Palacio de Congresos, pero sí que se haya hecho con dinero público.

¿Considera que el sector público no debería meterse en estos asuntos?
—Debería ser lo menos intervencionista posible, solamente en cuestiones de sanidad, seguridad, educación, ordenación del territorio y dejarse de cuentos de montar chiringuitos, como palacios o teatros. Un día acabarán montando un restaurante. Un gestor público no tiene hambre, haga lo que haga cobrará a final de mes. Si no puedo vender entradas, no puedo pagar a mis trabajadores. Tengo un incentivo muy grande para hacerlo bien.

Algunas voces han criticado que el Auditòrium dé cabida a actos de campaña de partidos como Vox.
—Aquí han venido partidos de todos los colores: PI, Ciudadanos, Més, Vox... El que más ha venido ha sido Més, de hecho. No puedo discriminar a mis clientes ni tengo la potestad de decidir quién puede hablar y quién no, ¿dónde queda la libertad de expresión? Hemos pasado por muchas cosas, muchas amenazas y críticas, pero nadie nos puede encasillar. De artistas, hemos tenido a Leo Bassi, Albert Boadella y espectáculos como XXX de La Fura dels Baus.