En la sesión nocturna del Mallorca Live Festival atraparon al oyente, maridando argumentos del pasado con las posibilidades tecnológicas de la era millenial. | Youtube Ultima Hora

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A finales de los 80, Todd Terry, Carl Cox y Paul Oakenfold marcaron un punto de inflexión en la pista de baile. Otro nombre con pedigrí fue el de Laurent Garnier. La irrupción del DJ y productor francés, uno de los mezcladores más ecléctico y revolucionario, marcó un antes y un después en la escena electrónica desde su residencia en la mítica sala La Haçienda de Manchester, donde lubricó las madrugadas con una explosiva mezcla de techno, deep house, trance y nu jazz.

Este viernes por la noche, el parisino hizo gala de su currículo y puso el broche a la jornada de apertura del Mallorca Live Festival, ante una legión de seguidores sumida en el alegre baile de San Vito al que incitan sus sesiones.

Dotado de una técnica prodigiosa, Garnier demostró que no se identifica con un estilo concreto, su sesión fue un auténtico collage de sonidos, más allá de los citados, y el DJ galo impregnó la madrugada con el house de Chicago, el drum & bass de sello británico y algún fogonazo de rock e indie. Très bien, monsier Garnier!.

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Electricidad, buen rollo y caderas dislocadas

En su autobiografía, Morrissey asegura que la cultura pop es adicta a su propio pasado. Tiene razón. Si lo piensan somos un poco arqueólogos de lo que quedó atrás. Si a esa percepción le añadimos un toque de rebeldía generacional -esa que persigue al rock desde que The Beatles estremeció al mundo-, daremos con las señas de identidad de Two Door Cinema Club. Un grupo que en la sesión nocturna del Mallorca Live Festival atrapó al oyente, maridando argumentos del pasado con las posibilidades tecnológicas de la era millenial.

En directo, puede que carezcan de la fuerza subversiva de una banda de los '60, '70 u '80, pero lo compensan con su envolvente y caleidoscópico entramado de guitarras, una actitud do it yourself y una línea de bajo más refrescante que el tinto de verano. Armas con las que -pongámonos exquisitos y citemos a Shakespeare- la 'lían bien parda'.

En Calvià, los nordinlandeses dejaron claro que poseen suficientes himnos pisteros-Undercover Martyn, What you know, Sleep alone, Cigarettes in the theatre- para transformar cualquier recinto en un aquelarre de electricidad, buen rollo y caderas dislocadas.