El actor, director y dramaturgo Pep Tosar, posando en Fornalutx para esta entrevista. | Clara Ferrer

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Más de 150 años y 6.000 kilómetros separan a Antón Chéjov (Rusia, 1860 - 1904) y a Pep Tosar (Artà, 1961), pero el mallorquín reconoce que, desde que cayó en sus manos El jardín de los cerezos cuando tenía 16 años, se siente cerca del autor ruso. Ahora, Lleonard Muntaner publica al veterano actor, director y dramaturgo su primer libro, a partir de esta última pieza: un drama en cuatro actos basado en El jardín de los cerezos y La gaviota.

¿Por qué publica ahora? ¿Y por qué esta obra?
—No hay motivos concretos. Nunca he escrito con el objetivo de publicar, sino estrenar. En este sentido, siempre he sido más director y actor que dramaturgo. Al final lo que escribes termina siendo un borrador que no es apto para ser publicado y se queda en el ordenador, junto a otros textos. Y, en vez de pensar en publicarlos, pienso en estrenar otro proyecto.

Suele escribir, dirigir y protagonizar sus obras. ¿Qué faceta le interesa más?
—Todos mis proyectos son así, excepto en Posau-me les ulleres, sobre Vicente Andrés Estellés, que fue un encargo. Disfruté mucho de no salir a escena, porque lo ves desde fuera y no tienes que asumir tanta responsabilidad ni tantos riesgos. Antes lo disfrutaba más, pero ahora prefiero dedicarme a escribir y a dirigir. En cine, en cambio, lo agotador no es interpretar, sino esperar tu turno para salir a escena.

Entonces, ¿publicará más libros?
—Espero que sí. Cuando tengo tiempo me gusta corregir todos estos textos que he ido guardando. Lo hago a mi ritmo, sin presiones. Además, puede que de ahí surjan nuevos proyectos, que alguien manipule mis textos como yo hago con el de otros autores.

¿Qué le atrae de Chéjov?
—Es una cuestión espiritual. Detecto cierto paralelismo cultural cuando leo El jardín de los cerezos. El texto original muestra el traspaso de valores, cómo el tiempo atropella el pasado de varias generaciones. En el texto, un comerciante sugiere al dueño del huerto que tale los cerezos para construir chalets y ganar dinero. Yo mismo viví en Artà los inicios del boom turístico. Los almendros, por ejemplo, eran una gran parte del modus vivendi de mi familia.

En el prólogo reconoce que su propósito ha sido siempre la reescritura. ¿En qué sentido?
—Escribo a partir de los personajes y de sus relaciones como en el texto original, pero a los que les suceden cosas más próximas a mí. De todas maneras, no creo que nadie escriba desde cero.

Poco después del estreno de Molts records en el Principal hubo una polémica.
—He estado involucrado en decenas de polémicas. Defiendo lo que creo. No soy un gran amante de la corrección política y creo que mata todo cuanto toca.

Qui bones obres farà es una obra de teatro sobre la pasión por el teatro, sus dificultades...
—Sí, es la historia de un teatro con una compañía que ha priorizado los valores artísticos sobre los comerciales o los de conveniencia política, lo cual les lleva a la decadencia. Cualquier lector de cualquier parte del mundo puede ver reflejada esta situación. Hay gente que me dice que parece la historia del Teatre Lliure. Ya les gustaría a los de esta obra.

¿Cómo ha vivido la reciente polémica en torno a Pasqual?
—No lo he vivido mucho, pero parece que para ciertos directores de escena dirigir un espectáculo admite toda clase de posibilidades. Se les suele tratar de genios, pero es más exhibicionismo.

¿En qué está trabajando ahora?
—A finales de año volveré a representar Sa història des senyor Sommer, que ya lleva más de 1.500 funciones. Será en la nueva sala Ars Teatre, antiguo El rei de la màgia, en Barcelona. Además también volveré al Romea con Federico García. Finalmente, estoy trabajando en la adaptación cinematográfica de una obra mía.