La directora Adina Pintilie y la actriz Laura Benson posan con el Oso de Oro. | Reuters

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El jurado de la Berlinale, presidido por el director alemán Tom Tykwer, optó por el riesgo al dar su Oso de Oro a la rumana Touch me not y demostró su firme apuesta por los nuevos talentos de América Latina con dos platas para Paraguay, que debutó con Las Herederas, y otra para la mexicana Museo.

El premio a Touch me not, de Adina Pintilie, está destinado a sembrar polémica, ya que su estreno desató deserciones del público ante las largas escenas de sexo y sadomasoquismo o los monólogos de seres incapacitados para el tacto humano, pese a no faltarles nada, o impedidos que viven en plenitud su sexualidad.

Al equipo de Tykwer habrá que reconocerle coraje por una decisión difícil, pero que, de alguna manera, encaja en su apuesta por el cine nuevo que llega tanto del este de Europa como de América Latina.

Las herederas, dirigida por el debutante Marcelo Martinessi y el primer filme de Paraguay a competición en una Berlinale, ganó el premio Alfred Bauer, en memoria del fundador del festival, y una merecidísima plata para su protagonista femenina, Ana Brun, quien dedicó el premio a las mujeres de su país.

Es un filme valiente, acorde con la declarada defensa de la diversidad de ese festival, donde Brun brilla interpretando a una mujer que, tras años en pareja con su dominante compañera debe aprender a manejarse sola.

La película del mexicano Alonso Ruizpalacios, interpretada por Gael García Bernal y basada en el robo real de 143 piezas del Museo Nacional de Antropología, en 1985, obtuvo la Plata al mejor guión, segundo premio para ese director en la Berlinale, tras el que recibió en 2014 a la mejor ópera prima por Güeros.

El Gran Premio del Jurado fue para Twarz (Mug), de la polaca Malgorzata Szumowska, otro joven talento con experiencia en el palmarés, ya que en 2015 ganó la Plata a la dirección por Body.

Solo hubo un Oso para un consagrado, el del estadounidense Wes Anderson por su dirección en el filme de animación Isle of Dogs.

Alemania, que tenía cuatro películas a concurso, se fue de vacío, lo mismo que Ang panahon ng halimaw (Season of the Devil), del filipino Lav Diaz, un director acostumbrado a irse de los festivales con premio con sus películas de, al menos, cuatro horas de duración.

Los premios a las interpretaciones están fuera de toda discusión tanto en el caso de Brun, como de Anthony Bajon, Plata al mejor actor por La Prière, en el papel de joven drogadicto que se redime por la vía de la oración.

El Oro a Pintilie, que también obtuvo el premio a la mejor ópera prima, era la apuesta de un jurado determinado a no dejarse influir por las preferencias de críticas o público.

Ese máximo premio, unido a la sequía de Osos para el cine anfitrión -las mejor valoradas fueron Transit, de Christian Petzold, y In der Gängen, de Thomas Stuber- están destinados a incrementar la presión sobre el director de la Berlinale, Dieter Kosslick, tras 17 años en el cargo.

España logró un par de premios paralelos al festival para El silencio de los otros, dirigida por Almudena Carracedo y Robert Bahar. Cinta protagonizado por un grupo de querellantes del proceso que investiga en Argentina crímenes de lesa humanidad durante la dictadura franquista.

La película recibió el premio de la Paz de la Fundación Heinrich Böll entre los filmes incluidos en la Berlinale y el de la audiencia entre los documentales de la sección Panorama de ese festival.

La 68 edición de la Berlinale se había abierto con al aire enrarecido por la polémica en torno al futuro del festival, después de que un colectivo de destacados cineastas alemanes apremiara a buscar una sucesión transparente para Kosslick.

A esa situación siguieron las primeras decepciones por algunas de los 19 filmes incluidos a competición, por debajo del nivel que se espera de un festival de primera categoría internacional.

Por si fuera poco, hubo aún menos presencia de estrellas sobre su alfombra roja que otros años, uno de los déficits recurrentes del evento berlinés respecto a Cannes y Venecia, este año más evidente que nunca.

El sello de identidad de la Berlinale y lo que la diferencia de la elitista Cannes, es su condición de festival para el público, ya que se ponen a la venta -y se agotan- 300.000 entradas entre todas sus secciones, incluidas las galas de estreno.

La presente edición del festival cumplió un año más con este requisito, pero ello no ha aliviado las presiones sobre Kosslick, cuyo contrato expira en mayo de 2019, por lo que se supone que la transición hacia su sucesor empezó ya con este palmarés.