Alberto Manguel recibe el Premio Formentor de manos de Marta Buadas y Simón Pedro Barceló. | Carles Domènec

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Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) recogió este viernes el Premio Formentor de las Letras, en la séptima edición de su segunda etapa, desde que se recuperara en 2011. El galardón, dotado con 50.000 euros, tiene como jurado a Basilio Baltasar, Inger Enkvist, Lila Azam Zanganeh, Daniel Fernández y Fransico Jarauta. La entrega coincidió con el inicio de las décimas Converses Literàries. Una treintena de autores hablará sobre clásicos de la literatura hasta el domingo, bajo el lema de Bohemios, magos y vagabundos.

Manguel, conocido internacionalmente como divulgador del mundo de los libros, no deja escapar la oportunidad de relacionar la conversación con referencias literarias: «Formentor tiene una belleza extraordinaria, Kipling tiene un poema donde dice que Dios creó la belleza del mundo, pero como el corazón del hombre es pequeño, le dio un rinconcito de esa maravilla en un jardín, yo lo subscribo».

El erudito asumió, en 2016, el cargo de director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, y tuvo que dejar su casa en el valle del Loira, en Francia, donde convivía con 40.000 libros. «Fue doloroso, tuvimos que vender esa casa donde pensaba que iba a morir, mi compañero y yo la habíamos construido durante 15 años, montando bibliotecas que había acumulado a lo largo de mi vida», dijo Manguel, quien añadió que «los libros están ahora en un depósito de mi editora canadiense en Montreal».

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Cuenta el argentino canadiense que una amiga se refirió a una de sus obras, La historia de la lectura (Alianza Editorial, 1998), para calmar a una adolescente, instantes después de un atentado en el aeropuerto de Estambul. «Sin saberlo, seguramente había escrito para eso, ya me puedo morir tranquilo», señaló.

Su labor en la Biblioteca Nacional no le permite seguir publicando como autor. «No trabajo en ningún proyecto, pero tengo dos en el cajón, para cuando me retire, uno sobre la historia de las utopías y una biografía sobre Maimónides».

«El verdadero poder del lector es reescribir el texto», aseguró el premiado, quien razonó que «el niño es un lector ideal porque se siente libre de cambiar el final y transformar los personajes, un niño gay lee Romeo y Julieta como Romeo y Romeo, los adultos estamos llenos de prejuicios», concluyó.