Los más de nueve mil seguidores del cantante de Puerto Rico se dejaron llevar por el ritmo de los grandes ‘hits’ de su dilatada trayectoria. | M. À. Cañellas

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En este tipo de conciertos, los preámbulos invitan a realizar jugosos ejercicios de sociología. Empecemos con el ambiente: imaginen un triángulo con Son Vida en un vértice, Son Gotleu en otro, y el Passeig Marítim, un sábado noche, en el tercero. La intersección de los tres se citó este miércoles por la noche en un Palma Arena tomado por más de 9.000 personas, una cifra que dejaba claro que la capacidad de convocatoria de Ricky Martin no es nada despreciable.

Excelente la organización de acceso al recinto, no tanto la cortesía del personal de seguridad. Una vez dentro, comprobamos que las localidades ubicadas en el foso están acotadas en función del importe abonado. Sorprendía ver la carísima zona vip hasta la bandera. La elevada temperatura no dio tregua en toda la noche, inundando el recinto de abanicos. Y, por fin, a las diez de la noche, el puertorriqueño se plantaba bajo el haz de luz a ritmo de samba. Con una elegancia impecable daba paso a Mr. Put it down, la bola ya rodaba, el partido había empezado.

Durante unos instantes, el estruendo de miles de gargantas sepultó la voz ecualizada del artista, que luchaba por emerger como el periscopio de un submarino. A juzgar por el ardor de los prolegómenos, se avecinaba una noche histórica en el velódromo de Ciutat. Martin, vocalista de relieve y una de las salidas del armario más comentadas de todos los tiempos, no escatimaba esfuerzos, trajinaba de aquí para allá, luciendo su palmito fruto de sufridas tardes en el gimnasio. «¡Venga Mallorca, que se sienta!», exclamó el artista mientras le metía mano a This is good, otra azucarada pieza de su repertorio. El público había entrado en calor, por efecto de las endorfinas o las cervezas, y no había fuerza en el mundo capaz de aplacar su euforia. Más que en un concierto parecíamos estar en un karaoke.

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No hubo telonero ni falta que hacía, el ardoroso puertorriqueño se adueñó del escenario con su carisma envolvente, con su garbo en el arte del contoneo pélvico, con su mirada pícara y con esa forma única de cantar himnos de corazón incendiado. Mientras, a mi derecha, un grupo de chicas bailaban despreocupadamente sobre unos tacones que desafiaban la ley de la gravedad.

Sonido

Es bien sabido que el diseño del Palma Arena no augura el mejor de los sonidos y, en previsión de un nuevo fiasco como el vivido en anteriores ocasiones, los técnicos no se andaron por las ramas y dieron proponderancia a la voz de Martin, aunque a cambio redujeron el sonido de su amplia cohorte de metales, coros y percusiones. La grada lo agradeció. Y las baladas almidonadas del rey latino, también. Ya con los niveles sonoros equilibrados, sonó Drop it on me, Ricky Martin seguía mostrando sus cartas y haciendo gala de un irresistible sex appeal.