Alejandro Sanz durante el concierto. | Jaume Morey

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Melodías de calentamiento desde un altavoz, teléfonos en modo foto, camisetas oficiales y no tan oficiales, y nervios, muchos nervios. Así transcurrían los prolegómenos de una velada que había descorchado la catalana Victoria Riba y que convocó a cerca de 9.000 personas, de ellas una mayoría femenina. Se acercaba la hora y los fans experimentaban la agitación que precede al delirio, al frenesí, al subidón de adrenalina. Todos esperaban a Alejandro Sanz, que recaló en la plaza de toros de Palma con su gira Sirope, título también de su nuevo disco.

Cinco minutos sobre las 22.00 apareció Sanz. Sigiloso, ataviado con camisa, chaleco y jeans negros y su sonrisa marca de la casa. Regresaba, como siempre, en gran formato y con una excelente puesta en escena.

Comenzó con 'El silencio de los cuervos', tema incluido en su reciente Sirope, a continuación atacó con' A mí no me importa', también del último LP. «Siempre es un honor venir a esta plaza, es como mi casa. Presiento que va a ser un concierto mágico, va por ustedes, disfrútenlo».

El cantante se mostró cercano, simpático y más natural que el propio amor al que siempre canta; además, no regateó hits.