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Miquel Barceló llega con traje de faena a su estudio de París, un laberinto luminoso plagado de animales disecados, libros y rarezas, y se despide contando que le han regalado un elefante en Tailandia y que aún no sabe qué hacer con él. Entre medias, su mundo nómada de tierra, mar, angustia y luz. El artista español vivo más cotizado en el mundo inaugura este sábado en la galería Thaddaeus Ropac de París la exposición L’inassèchement, con catálogo de Enrique Vila-Matas y obra nueva que ha pintado en Mallorca.

«Cuando salgo del taller es para tirarme al agua. Siempre estoy sumergido. Menos respirar agua de mar, lo he hecho todo, también beberla. Luego me pregunté cuántos pulpos habré matado... y ahora ya no mato nada, si cojo algo lo devuelvo vivo. Ya no soy depredador», explica Barceló.

En sus nuevas obras, el pintor y escultor recurre a un mundo submarino y desfigurado que sitúa en contraste con el secado de sus lienzos de gran formato. Salpica las telas de pintura y relieve y las rocía con arena y sepias temblorosas que «aparecen casi sin querer, igual que los pulpos».

«Soy isleño y de naturaleza móvil. Intento ajustar esas contradicciones», dice un Barceló cuya obra, después de unos inicios posmodernistas, está ligada a Mali, su tercer hogar junto a Mallorca y París hasta que la violencia lo hizo impracticable. Próximamente visitará Tailandia, porque tiene una novia de ese país cuyo padre le ha regalado un elefante y quiere ir a verlo. El paquidermo aún no lo sabe, pero podría terminar en Mallorca.