Joan Oliver ‘Maneu’, galerista, está a las puertas de la jubilación ya que se despide con la próxima Nit de l’Art. | Pere Bota

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La próxima Nit de l’Art será la última en la que participe la galería de Joan Oliver ‘Maneu’, quien va a cumplir lo que ya venía anunciando desde 2012: se jubila. El que es casi una leyenda del sector, conocedor del oficio, un hombre culto e inquieto que hace 31 años abrió su primer negocio de arte contemporáneo, pero que también es experto en pintura histórica, dice adiós a sus 79 juveniles años para dedicarse a remover en sus «papeles», recuerdos de una vida intensa en la que también fue profesor, propietario de una casa de subastas, activista de Acción Católica y de la Obra Cultural Balear. Seguro que sus memorias serían muy jugosas, pero, de momento, no las veremos publicadas.

—¿Se va porque toca o porque el arte ya no es rentable?
—Lo dejo porque las circunstancias actuales de mi edad, voy a cumplir ochenta años, y las del mercado no me invitan a seguir luchando como hasta ahora y quiero dejar las cosas en manos de los que vienen detrás de mí.

—En el sector se echará de menos la marca ‘Maneu’.
—Yo me voy, pero permanecerán dos testimonios de lo que fuimos durante estos 31 años, dos personas que continuarán trabajando. Mi sobrina Mercedes, que abrirá una galería para lo que llamaremos clientes preferentes que puedan pagar con comodidad, y Pep Llabrés, quien ahora se establecerá por su cuenta con piezas de más nivel internacional.

—Como galerista ha vivido varias crisis. ¿La que estamos sufriendo es la peor?
—Sin punto de comparación. La de la década de los noventa fue uno de esos ciclos de la economía que se dan cada varios años y que, a veces, no llegan a notarse a según qué niveles. Pero esta última ha sido universal, ha afectado de una manera radical a los bancos, a sus clientes, a todo el que tenía una hipoteca o deudas, y en España ha resultado más dura que en otros países porque desbocó el paro por la burbuja inmobiliaria; cuando ésta explotó, reventó todo porque el consumo bajó vertiginosamente en muy poco tiempo, lo que nos ha llevado a vivir en un mundo al que no estábamos acostumbrados. Nosotros, la galería, lo hemos superado porque, afortunadamente, y de tiempos mejores, teníamos un stock de obra internacional que nos ha permitido vender fuera de España lo que no vendíamos aquí.

—En el negocio del arte se metió a fondo: contemporáneo, pintura histórica, subastas. ¿Con qué ganó más dinero?
—Se puede decir que la única época de mi vida en la que he ganado dinero en el mundo del arte ha sido en estos últimos cinco años.

—¿En plena crisis?
—En una galería, si funcionas como yo, que siempre he acumulado mucha obra, lo que haces es ayudar a vivir a los artistas y esperar que aquello que has comprado se convierta en algo tangible cuando lo necesites. Por desgracia, esto falló. Lo que nos ha salvado ha sido tener acceso a obras de grandes artistas como Miró y poder comercializarlas.

—Si mira atrás, ¿diría que apoyó la carrera de algún artista de Balears?
—Sí, apoyé muy fuerte la carrera de Joan Bennassar al principio, y él lo sabe; me comprometí mucho, y bastante tiempo, con la de Bernardí Roig y me he comprometido durante largo tiempo con la de Rafa Forteza, los tres artistas que me han dado mas satisfacción porque han desarrollado una carrera bastante brillante y están reconocidos en el mercado nacional e internacional. Con estos tres me siento compensado de todo lo demás.

—¿Se equivocó mucho?
—No, yo no he apostado por artistas que no han dado resultado. A veces he jugado durante un tiempo con alguno que creíamos que, a lo mejor... pero no voy a dar nombres, porque duró poco tiempo.

—¿Cómo se reconoce a un buen artista cuando empieza?
—Los artistas, como todo el mundo, tienen unos componentes de su personalidad que permiten adivinar lo que va suceder. Una persona holgazana ya sabes que no triunfará. O una excesivamente engreída, que no sabe ver los valores humanos en la gente sencilla. Un artista debe tener talento, ilusión, y trabajar cada día aunque no tenga inspiración. Esto último también lo decía Miró, y mi abuelo [el pintor Joan Fuster] que se levantaba a las seis de la mañana y se iba a pintar cada día. El artista ha de tener cultura porque es un productor de cultura que está insertado en una época, y si la traiciona, o se dedica a volver atrás en su carrera, es él quien lo paga, se convierte en un fabricante de juanolas, ha encontrado la receta de la juanola y vivirá de ella hasta que se muera.

—Miró, a quien conoció, es uno de sus grandes referentes
—Sí, lo traté durante cinco años, pero el impacto no fue tanto debido al contacto personal, como, después de su muerte, a lo que leí y vi de su obra. Un libro muy esclarecedor para mí fue Els Quaderns Catalans, que recoge dibujos preparatorios de su obra de los años veinte. Ahí se ve la cantidad de trabajo que ponía en un cuadro que, al final, parecía que era algo sencillo. Esto es la esencia del arte. Para mí, Miró es más que Picasso. Éste tiene la gran capacidad de destruir lo destruible y reedificar encima, pero la poesía, la profundidad estética y el llegar al límite de la belleza con lo menos posible es Miró. Por eso digo que será el artista del siglo XXI.