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Ni especialmente melancólicas, ni excesivamente soleadas, las canciones de L'ànsia que cura (2014) apuestan por la limpieza acústica -incluso la batería parece un extraño invitado en partituras de acordes perfectos-. El Teatre de Lloseta acogió la puesta de largo del último trabajo discográfico de Mishima.

Durante años el quinteto catalán estuvo revoloteando en segundo plano sin hacer demasiado ruido, no fue hasta la irrupción de Ordre i aventura (2010) que alzó el vuelo para alejarse del radar amateur. Le siguió L'amor feliç (2012) y ahora L'ànsia que cura les ha asentado plenamente en el mapa musical estatal, los festivales se los rifan, incluso en Estados Unidos pugnan por hacerse con sus servicios: "nos hace muchísima ilusión tomar partido en el SummerStag Festival de Nueva York, algunos amigos que han tenido la posibilidad de tocar nos han explicado que la experiencia es increíble", explica David Carabén, vocalista de una banda que ha caramelizado el pop para conseguir canciones robustas que regalan versos centelleantes, unidas por un eje común "el paraíso, todas están enfocadas entorno a esa idea", cuenta. La ausencia de prejuicios les permite abrazarse tanto al folk de alambre oxidado como al rock de autor, de ahí que muchos encuentran un agradable 'je ne sais pas quoi' en sus canciones, "creo que compartimos con el público el mismo placer por buscar y encontrar juntos". Por encima de todo, reconoce ser "muy feliz cuando tocamos, me gusta compartir las canciones con la gente, le encuentro un sentido y un placer especiales. ¿Qué más se le puede pedir a tu oficio?"