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La artista plástica María Luisa Magraner cumplió la pasada semana 90 años, de los que dedicó «sesenta a la pintura». En la actualidad, esta hija de sollerics nacida en Amiens, Francia, en 1929, que estudió en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, lleva ya un tiempo retirada de los lienzos, pinceles y colores por culpa de una dolencia en la vista. Pero igual de temeraria que cuando cruzaba el París ocupado por los nazis para acudir a clase, no se arredra frente a las adversidades de la vida, mantiene vivos sus recuerdos y hasta tiene página web.

Magraner, que a sus veinte años ya pintaba bajo la influencia del cubismo y las vanguardias, no olvida, por ejemplo, quiénes compraron sus mejores cuadros y dónde permanecen colgados. Uno de ellos, Dama de picas , pertenece a la colección del Museo Reina Sofía de Madrid.

Picasso

Entre tantas vivencias, perdura el día en que, siendo una jovencita, visitó el estudio de Picasso casi por casualidad, «porque una de mis compañeras de la residencia de señoritas tenía una tarjeta de Madame Picasso». Era al final de la década de los años cuarenta, «cuando nació su hijo Claude», cuya madre fue Françoise Gilot, la quinta mujer en la vida del artista.

Cuando llegaron a casa del pintor, «nos recogieron la tarjeta y nos hicieron esperar un rato hasta que el mismo Picasso nos abrió la puerta. Allí vimos a mucha gente sentada, esperando, y palomas que volaban por la casa», rememora María Luisa. El pintor «nos preguntó si estábamos casadas o solteras y nos dijo: 'Os envidio vuestra juventud porque cada día podéis aprender algo'». Con un humor que sorprendió a las tres jovencitas, «nos enseñó un pelo del pecho y añadió: 'Ya conocéis a un hombre desnudo'».

Después «nos mostró los cuadros que había por los dos pisos de la casa y una escultura que yo ya había visto en el Palais de Tokio, recuerdo que en el segundo piso había muchos cuadros sin acabar». ¿Cómo se sintió usted ante el gran genio? «Me impactó, me temblaban las piernas», apunta.

María Luis también recuerda que desde pequeña tuvo facilidad para la pintura y el dibujo, pero antes de poder estudiar Arte en París debió aprender lo que entonces se consideraba correcto para una señorita: pasar por la escuela de Secretariado y por la del Hogar. En esta última aprendió a cocinar y a llevar la casa. Y aunque se casó y tuvo hijos, consiguió convertirse en artista profesional con una larga carrera que comenzó en la figuración postcubista y cerró metida de lleno en la abstracción lírica, pasando por obras de carácter onírico. Su intención siempre fue «la experimentación».

Además, pintó retratos que denomina «redundantes», porque en el mismo lienzo aparecen tres rostros del personaje, consiguiendo un estilo propio como retratista.

Los cuadros de Magraner han surgido «de una mancha en blanco y negro» y, a partir de ella, «aparecen los motivos». Tanto «el color como la composición» definen el trabajo de una artista avanzada para la España que conoció a su vuelta de Francia. «En aquel tiempo tuve que rebajar la abstracción, el público no entendía el arte abstracto, buscaba una mano, una expresión, una cara».

Respecto a su paleta destaca sus «azules violeta, los naranjas» y asegura que «de color estoy muy bien servida porque mezclarlos no es fácil, es un poco innato».

Enseñar

«Siempre quise tener una academia de pintura con mi nombre». Lo asegura quien fue profesora al lado del fallecido Pere Quetglas Xam , también un innovador en los años más oscuros culturalmente de la España franquista.

Magraner dejó de pintar, pero aún habla con pasión de la pintura. Para ella, «cada cuadro es un experimento único» y cierra la entrevista diciendo rotunda: «Pintar es un don del cielo» que le permitió ser «más reconocida fuera de Mallorca, no he sido profeta en mi tierra».