Joan March, Sebastián Cabot, Ata y Max, ayer en la puerta del hotel Palladium de Palma. | Nuria Rincón

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Nicolás, el protagonista de la novela gráfica Perros y clarinetes, no está hecho a imagen y semejanza de su padre, Sebastián Cabot. Aunque se le intuye cierto parecido. «Es un poco tímido», inclusive el aspecto físico. Bueno, «con 20 kilos menos», bromea Cabot, quien junto a Joan March, que ejerce de guionista, han parido su obra debut cuyo única pretensión es «divertir» al lector. «Yo tengo un látigo y le voy dando», suelta Cabot en tono jocoso. «El dibujante es él y de vez en cuando me deja poner una línea», dice March. No es que el primero haya ‘azotado’ a base de látigo al segundo, sino que la simbiosis es absoluta. No sólo sobre el papel, también en la realidad. Aún les impresiona que Nicolás se haya dado a conocer en medios nacionales, hábitat de Max, que ya curte su próximo libro, Conversación de sombras en la villa de los papiros, previsto para finales de noviembre.

Tanto Max como los responsables de Perros y clarinetes –La cúpula– coincidieron ayer en el Hotel Palladium (Palma) para discurrir con Ata y Pepe Sánchez sobre sus proyectos personales.

Filosofía

Francesc Capdevila, Max, tiene la vida diseccionada en dos vertientes. Cuando se dedica al cómic hace lo que le da la gana. «No suelo negociar demasiado», reconoce. Y cuando ilustra se ciñe a los encargos «porque hay que comer». Es obvio que se decante por lo primero por la absoluta libertad que le confiere pese a que admite que para trabajar en lo puramente tuyo «necesitas autodisciplina, que es mucho peor que la disciplina externa. Como no te pongas un poco serio contigo mismo nunca terminas nada».

Max disiente de los ‘webcómics’, un híbrido de cómic y animación. «Que haya sonido y movimiento desvirtúa el cómic en vez de potenciarlo», asegura.

Precisamente, de dirigir la animación de la serie infantil Jelly Jamm se encarga Pepe Sánchez. «La animación es una forma un poco más sencilla que el cómic para ganarse la vida», apunta quien fuera supervisor de Pocoyó. Atribuye el éxito del niño azul a que en su nacimiento «no había productos de ese tipo». «La gente se aburría de formatos como Barrio Sésamo. Llegó Pocoyó y fue un bombazo. Estaban Los Teletubbies, pero eso no le gustaba a nadie».

Ata, capitán de la editorial Autsaider, buscó ofrecer algo novedoso y se inventó una caja con 16 mini tebeos de autores (generalmente) ibéricos. «Se juntan figuras del cómic alternativo con jóvenes promesas y sospechosos habituales del cómic underground». Según su creador, responde a un «afán» aglutinador de esa escena.