Padre Llompart. | Joan Torres

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Él, que es un sabio local, un investigador que ha dejado escuela y a quien aún veneran algunos de sus discípulos, asegura, con ese humor inteligente del que siempre hace gala, que lleva «con paciencia humana y resignación cristiana» los achaques de la enfermedad. El parkinson le impide mantener la constante y variada actividad intelectual que ha marcado su larga trayectoria profesional, pero no la lectura, la charla con las visitas o, por ejemplo, trabajar en un artículo de investigación del que, como es preceptivo, no quiere hablar antes de su publicación. Nos referimos al teatino Gabriel Llompart Moragues (Palma, 1927), teólogo, historiador, folclorista, colaborador de este diario, miembro de varias reales academias e instituciones culturales, así como Premi Ramon Llull del Govern y Premi Jaume II del Consell.

—Hace tiempo que ya no publica ningún artículo en este periódico y, en general, y supongo que echa de menos la actividad intelectual.

—El parkinson te limita la capacidad de recordar, a veces te falta el centro de la frase, además, después de dos horas de lectura me canso.

—De todas maneras, sé que se mantiene activo, que sus discípulos le visitan habitualmente.

—Hay un grupo de amigos, más que discípulos, que han estado presentes desde que comencé a volverme sobre mí mismo cuando, tras una operación quirúrgica, se alargó el postoperatorio. Amigos con los que durante años he estado en contacto, como los de la Academia Mallorquina de la Historia, con el presidente Roman Piña a la cabeza; el profesor Antoni Planas, presidente de la Arqueològica Lul·liana; Joana Maria Palou, directora del Museu de Mallorca, la historiadora Aina Pascual y su hermano Joan, que me trae la Comunión los miércoles y, sobre todo, también el restaurador José María Pardo.

—Pues vaya elenco de nombres para un gran maestro...

—Propiamente maestro no, más bien escudriñador de aspectos poco trabajados en la Historia del Arte. Hemos estado hablando, discutiendo y aclarándonos. Yo con ellos estoy bien servido, son ellos los que reciben poco de mí.

—En su trayectoria profesional hay dos facetas, la de investigador de la pintura y la escultura gótica, y la de conocedor de las tradiciones, que usted liga con la religiosidad del pueblo. ¿Qué recuerda de sus inicios en todo ello?

—Casi comenzó con un episodio típico de la Iglesia y la política del franquismo. Yo había regresado de pasar dos años en Alemania con el mejor profesor de entonces sobre Lutero y su obra. Luego escribí cierto tiempo en el Baleares y en El Correo de Mallorca. Yo había preparado un artículo sobre las relaciones de Lutero y su aparición en una rondalla mallorquina, artículo que no se publicaba hasta que un día me dijeron que estaban esperando permiso del Obispado. En este caso creo que fue un exceso de celo porque un cuento no puede escandalizar. También escribí sobre este tema en Papeles de Son Armadans de Camilo José Cela.

—Usted es el gran descubridor de la pintura religiosa mallorquina.

—Bueno, trabajando en los archivos van saliendo las correlaciones que explican los porqués de piezas que se quedan mudas o tartamudas y las puedes hacer hablar. Empleé un método que yo tomé de Alemania, también mantuve contacto con distintos directores de museos, profesores y, en general, gente de universidades que era muy sabia y educada. En aquel momento, había poco interés por la iconografía, teóricamente se hablaba poco de ella.

—¿Cómo ve el mundo de hoy desde su posición de veterano intelectual?

—En cuanto a los aspectos visuales de la cultura, hoy son excesivos y en vez de ayudarte te chupan. Como soy sacerdote, además de aficionado a la cultura, me gustaría que la sociedad tuviera más sentido común y más espíritu religioso. La verdad es que ahora entra usted en una casa y apenas se ven símbolos religiosos. ¡Pero si hasta Dalí los pintó! Ahora falta la cultura religiosa que antes se tenía a través del catecismo y antes aún de la Historia Sagrada, que hablaba de una figuras religiosas articuladas, unas eran buenas, otras malas, unas prohibían, otras consentían.

—Usted fue profesor algunos años. ¿Qué piensa de todo lo que está sucediendo en Mallorca estas últimas semanas, las protestas contra el Tratamiento Integrado de Lenguas, la huelga?

—Como todo ciudadano tengo una idea personal política de todo lo que está sucediendo en Mallorca. Yo creo que es grave que los chicos no puedan seguir, de momento, un curso normal. La normalidad son los mimbres con los que se llena un curso de posibilidades, que esto es el estudio. Posibilidades personales que se irán multiplicando a medida que pasen los años. Los muchachos son plastilina y si los moldean de una forma quedará algo de esto. Creo que hay buenas intenciones, pero es una fase política difícil. Todo lo que ha sucedido es porque no se ha aplicado con más tiempo, hay demasiada aceleración.

—¿Y qué me dice del papa Francisco y las decisiones que está tomando, que tanto llaman la atención?

—Esto va en serio. Aquí hay una gran labor de catequización del ciudadano normal o del cristiano corriente, que no ve la necesidad de adecuar su cultura religiosa a las necesidades del momento. Estamos viviendo, en parte, un cristianismo inadecuado, por esta razón, si nuestro cristianismo es macarrónico, es evidente que no va a gustar.

—Supongo que ya sabe que han terminado las obras del Museu de Mallorca, que usted visitaba. Espero verle en la inauguración.

—¡Eso ya son palabras mayores! Había mucho desconocimiento del museo. También se ha terminado de restaurar sa Llonja, yo creo que, ahora, lo interesante es que sa Llonja se utilice para actos oficiales y para que el pueblo la visite, pero no para exposiciones, que se pueda ver limpia.