El actor Salvador Miralles interpreta a Bartomeu Rosselló-Pòrcel en ‘Flames a la fosca’. | Carles Domènec

TW
15

Salvador Miralles (Manacor, 1985) interpreta el papel del poeta Bartomeu Rosselló-Pòrcel (Palma, 1913 – El Brull, 1938) en el montaje teatral Flames a la fosca, que se acaba de estrenar en el Mercat de les Flors de Barcelona en el marco del Festival Grec. La obra, dirigida por Teresa Vilardell, cuenta con Manel Barceló, como Salvador Espriu; Fina Rius, en el rol de Amàlia Tineo, y el escritor Miquel de Palol, en condición de hijo de Mercè Muntanyola, inseparable del trío.

—¿Cómo se preparó para convertirse en Rosselló-Pòrcel?
—De Salvador Espriu hay muchas referencias, porque vivió muchos años, pero Rosselló-Pòrcel murió en 1938 con 24 años y se conservan cuatro o cinco retratos de él. Era meticuloso. Hay gente que dice que físicamente era débil. Me he fijado en el punto narcisista de Rosselló-Pòrcel. Era una persona más abierta que Espriu.

—Su personaje es vitalista y expansivo.
—He querido dotar al personaje de mi Rosselló-Pòrcel con la personalidad de sus poemas que, en ocasiones, son su alter ego. Él aspiraba a ser un grande de la poesía catalana. Por la mañana iba a la universidad, por la tarde hacía de bibliotecario y escribía artículos. Por las noches se iba de fiesta y leía con los amigos.

—¿Sintió una cierta responsabilidad?
—Tiene mucho valor haber hecho este personaje. Es una figura tan desconocida que la responsabilidad llega después de haber estrenado la obra. En Mallorca casi no se le ha hecho caso. Mi compañera es de Barcelona y lo estudió en el Instituto. En cambio, yo no, en Mallorca.

—El espectáculo supera la recurrente especulación sobre la relación amorosa de Espriu y Rosselló, más allá de la amistad.
—Hemos tomado el espectáculo desde el concepto del siglo XXI. No entramos en todo este morbo sobre si existía una relación más allá de la admiración intelectual. Buscamos el interés de la relación. Todos los que conocieron de cerca a Espriu dicen que no hubo nada más que amistad.

—En el montaje, Espriu admite su distanciamiento final con Rosselló.
—Rosselló estaba implicado en el sindicato y en la asociación de estudiantes revolucionarios. Pensó que había llegado el momento de la revolución y la lucha por las libertades. Espriu era más conservador. No era partidario de revoluciones, era antibelicista. Chocaron en este aspecto y los últimos años de vida de Rosselló no se hablaron. Espriu escribió que acompañó a Rosselló al Brull pero no era verdad. El espectáculo lo insinúa sutilmente. Espriu se encontró a su amigo íntimo muerto, después de dos años de no hablarse. Descubrió que le había dedicado su obra maestra. El sentimiento de culpa debía ser importante. Lo escondió casi toda su vida.

—En escena hay una agradable rareza que es la actuación del escritor Miquel de Palol.
—Representa la parte real y vivencial de lo que fue ese grupo. Escribió unos textos que recita a partir de lo que sabía pero la confidencialidad del grupo iba tan lejos que ni su madre le explicó gran cosa. Miquel tuvo mucha relación con Espriu pero no descubrió demasiado. Le ha quedado una herencia difusa pero real.

—¿Llegará Flames a la fosca a Mallorca?
—Espero que sí. Ayer vio la función Tomeu Amengual, gerente del Teatre de Manacor. Deseo que también se interesen en Palma. Creo que es una obligación porque se cumple el centenario del nacimiento de un gran poeta que es de Palma.