Los actores Eduard Fernández y Lluís Homar posaron, ayer, para este periódico. | P. Pellicer

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Una ideología dispar puede truncar una amistad. Así lo refleja Kathrine Kressmann Taylor en Adreça desconeguda, una obra que Lluís Homar y Eduard Fernández representarán hoy, a las 19.30, en el Teatre de Manacor. En el relato, el alemán Martin Schulse (Homar) y el norteamericano Max Eisenstein (Fernández) son dos grandes amigos, socios de una galería de arte en San Francisco. Corre el año 1932. Martín vuelve a su país para reencontrarse con los suyos y Max, que es judío, permanecerá en Estados Unidos con el negocio que conservan en común. Su separación implicará que tengan que mantener correspondencia por cartas. Con el reinado de Adolf Hitler y el consecuente ascenso del Tercer Reich en 1933, su vínculo amistoso se degradará.

—¿En qué momento surge la idea de adaptar ‘Adreça desconeguda’ y por qué?

—Lluís Homar: Es una propuesta de Borja Sitjà, el que ahora es el director de la sala Villarroel. La obra se justifica por ella misma. Nos interesaba el punto este de decir con qué facilidad algo tan frágil, pero tan maravilloso como puede ser la amistad, nos lo podemos cargar por unas cuestiones ideológicas.
—Eduard Fernández: Es una obra muy actual, en cualquier momento, no sé si especialmente ahora. En todo caso, es una amistad que acaba por ideas, rompiéndose absolutamente.

—¿En base a qué se decidió la distribución de sus roles?

—E.F.: Físicamente es bastante evidente. De judío puede hacer todo el mundo, de alemán, mejor que sea más alto y más rubio.

—Ll.H.: Nos pareció bastante obvio. A mí me ha pasado siempre, que me han confundido por alemán.

—Me da la impresión de que en esta obra las protagonistas, antes que Martin y Max, son las cartas, las palabras.

—E.F.: Es cierto que al ser cartas condiciona la interpretación y no es precisamente el género más fácil.
—Ll.H.: De lo que se trataba era de cómo darles a esas cartas un juego teatral. No tocamos, no cambiamos nada.

—¿Qué estropea esa amistad?
—E.F.: Las ideas, en este caso políticas, y la cuestión de pertenencia, racial.

—¿Creen que aún ocurre ahora?
—E.F.: Yo creo que esta obra es atemporal porque pasa siempre. Estaba ya en Shakespeare, en el año 1938 y en 2013, porque más allá de la casualidad, que en un momento determinado se produzca una situación más o menos parecida, dentro del alma humana están los sentimientos básicos, los celos, los sentimientos de exclusión. Lo más ‘cutre’ de cada uno es lo que tenemos más a mano y es lo que hay que procurar que no salga.
—Ll.H.: Estamos siempre expuestos a eso por rivalidades. Esta obra puede ser un ejemplo de con qué facilidad el ser humano puede deshumanizarse, dejar de lado lo que parece esencial, que es el respeto a la vida del uno y del otro, y entrar en una dimensión monstruosa en la cual el destruirse el uno al otro es legítimo.

—¿Quedan restos del nazismo en nuestra sociedad?
—E.F.: Más allá de lo concreto, lo que tenemos más a mano es la exclusión del otro y el sentirte superior porque yo he nacido aquí, cuando es una casualidad. Creo que esta obra termina siendo dos personas que se deshumanizan para ser dos ideas y por tanto se pierden los dos, una idea no es nada.
—Ll.H.: (Resopla). Por supuesto.