Jordi Borrás. junto con algunas de sus fotografías. | Guillermo Esteban

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No quería hacer proselitismo. Cada disparo del fotógrafo e ilustrador Jordi Borràs (Barcelona, 1981) es una invitación a la reflexión. O a provocar reacción. Aún considerándose prudente, ha pasado miedo cubriendo manifestaciones y los Mossos d’Esquadra le han golpeado en varias ocasiones pese a llevar el brazalete de prensa. Algunas de las secuencias de su vida permanecen colgadas en el bar Siset (Concepció, 5, Palma) desde ayer bajo el título Warcelona.

Ha visto cómo las pelotas de goma de la policía dañaban el ojo de un manifestante hasta perderlo. «Has de ser un poco inconsciente, por lo que me pagan no me compensa porque te estás jugando el físico», apunta Borràs.

La violencia de los cuerpos de seguridad y, también, de los manifestantes, ha supuesto que el fotógrafo tenga que usar ‘armadura’ consistente en casco, gafas protectoras y máscara antigás. Lo justifica diciendo que trabaja «con la vista». Aunque también reconoce que la violencia «no siempre es la piedra lanzada.

Puede ser una bandera quemada o una mirada». Así lo refleja en la colección de 20 fotografías que atienden a cuestiones de reivindicación social, política y festejos deportivos. De hecho, una imagen suya ayudó a detener a dos skinheads que propinaron una paliza a un sudamericano tras la victoria de la selección española en la pasada Eurocopa.

«Quiero denunciar la violencia, hacer que la gente se pregunte por qué ocurre», comenta Borràs, quien asegura que «la ciudad siempre ha sido conflictiva. Me molesta la Barcelona idílica, la postolímpica, la del turismo. Nunca ha sido tranquila». El ilustrador catalán atribuye la sucesión de violencia al «descontento social y nacional muy profundo, de ahí a que Barcelona explote de tanto en cuando», zanja.