Llucia Ramis posó ayer para este periódico. | Guillermo Esteban

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En Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys, Llucia Ramis (Palma, 1977) vislumbraba que la situación ya zozobraba, pero «no nos planteábamos los problemas, nos los bebíamos por la noche». Más tarde, en Egosurfing, se refugió en la superficialidad y, ahora, con Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes, novela que presentó el viernes en Palma, recurre a unas cajas de zinc, ubicadas en la antigua empresa de minas de su abuelo, que contenían documentación de su familia. Los archivos le sirvieron para reflejar «la decadencia de la burguesía y del progresismo».

Tras padecer una crisis personal hace un año, Ramis huyó a Buenos Aires, aunque se inventa en la obra que vuelve a casa de sus padres, en Mallorca. Sin trabajo. En paro. Y sin dinero. La habitación de su infancia se le queda pequeña, al igual que la Isla.

«No he salido de esa crisis social, pero sí que es cierto que una vez que sabes lo que ha pasado tienes la oportunidad de salir adelante», asevera la escritora, que se hospedó en Asturias, en una casa de verano de unos tíos belgas de su madre, para investigar la trayectoria de sus predecesores. Aquella vivienda que ocupó un mes le sirve de metáfora. «Se cae a trozos, como esta democracia que no hemos cuidado». En su aventura de recrear los recuerdos se ha percatado de las diferencias entre generaciones. «No hemos aceptado que no vamos a tener lo que tuvieron nuestros padres. Vamos a ser pobres económicamente, políticamente e idílicamente en comparación con ellos. No vamos a creer jamás en la política», asegura la autora, que apuesta por «reivindicarse positivamente». «No es una generación perdida, es una generación diferente».