Las autoridades, contemplando la obra ganadora del Antoni Gelabert d’Arts Visuals. | P. Pellicer

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Un fin de fiesta sin cóctel ni música. El patio del Casal Solleric permanecía vacío y sin el ajetreo durante la inauguración de los proyectos finalistas del Premi Ciutat de Palma Antoni Gelabert d’Arts Visuals. Al contrario que en otros años, donde el jazz, el vino, el cava y un pequeño tentempié ponían el broche de oro a la ceremonia de los galardones, esta edición estuvo marcada por la austeridad, una sintonía ya muy común.

Con más de media hora de retraso, las autoridades del Ajuntament de Palma, el Govern y el Consell llegaban a un Solleric con menos ambiente que nunca. Una treintena de personas aguardaba a que nuestros políticos iniciasen el recorrido oficial por la exposición, la única nota de color de la velada. Obras muy coloristas, que aunaban la instalación y la fotografía, entre otras vertientes de las artes visuales. Conducidos por Pilar Ribal, directora de Palma Espais d’Art, pasearon por las salas del Casal el alcalde de Ciutat, Mateo Isern, acompañado de su esposa, María José Barceló; Fernando Gilet, regidor de Cultura; el conseller de Cultura del Govern, Rafael Bosch, y Joan Rotger, vicepresidente de Cultura del Consell. También se dejaron ver Marcelino Minaya, gerente de la Orquestra Simfònica, así como el próximo titular de la formación, Josep Vicent, en su primera aparición pública tras su nombramiento y que parecía moverse en su salsa con mucha frescura y cercanía.

Los asistentes se quedaron un tanto sorprendidos por la marcada diferencia con años pasados. De esta forma se dio un fin de fiesta deslucido, en el que la obra ganadora, La línea del tiempo –un tren de juguete con proyecciones que ofrecían una metáfora sobre el tiempo y el espacio–, de Belén Rodríguez, gustó mucho a los allí presentes.