El pintor Antoni Tàpies en una imagen de 2003 en Madrid | Manuel H. de Le

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El pintor catalán Antoni Tàpies, uno de los referentes de la pintura del siglo XX y en concreto del arte abstracto de posguerra, falleció ayer a los 88 años, según fuentes del Ayuntamiento de Barcelona, que le concedió la medalla de oro de la ciudad en 1992. Su muerte supone la desaparición del último pilar de la vanguardia española de posguerra, que tuvo su eclosión en el movimiento Dau al Set y en el informalismo.
Tàpies había nacido en 1923 en el seno de una familia burguesa, culta y catalanista, involucrada desde mediados del siglo XIX en una tradición editorial y librera, que quedó inoculada también en el artista. Progresivamente, se dedicó con mayor intensidad al dibujo y la pintura, y acabó dejando sus estudios de Derecho para dedicarse plenamente a su pasión.
Partícipe de una sensibilidad generalizada que afectó a los artistas de ambos lados del Atlántico, a raíz de la II Guerra Mundial y del lanzamiento de la bomba atómica, Tàpies expresó muy pronto su interés por la materia, la tierra, el polvo, los átomos y las partículas, que se plasmó formalmente en el uso de materiales ajenos a la expresión plástica academicista y en la experimentación de nuevas técnicas. Las pinturas matéricas han formado una parte sustancial de su obra y han constituido un proyecto en evolución hasta su muerte.
En la visión de Tàpies, la noción de materia debía entenderse también desde la perspectiva del misticismo medieval como magia, mímesis y alquimia y en ese sentido se entendía su deseo de que sus obras adquirieran el poder de transformar nuestro interior. Tàpies recibió muchos reconocimientos, como el Príncipe de Asturias o el Premio Velázquez, y el Rey le concedió el título de marqués en 2010. Además fue un prolífico ensayista que practicó la escultura, la obra gráfica y el tapiz. Dejó a Barcelona una fundación que lleva su nombre.