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Una de las promesas del soul y el jazz se despedía ayer para siempre. La cantante británica Amy Winehouse (Londres, 1983-2011) fallecía, a los 27 años, en su domicilio londinense. Los elogios y reconocimientos por parte de público y crítica fueron siempre de la mano de sus escándalos públicos, sus excesos con el alcohol y sus algo más que coqueteos con las drogas.

El amor inspiró todas sus canciones, un amor demasiado tormentoso para que durase y que ocupó centenares de páginas en la prensa sensacionalista. En su corazón llevaba tatuado el nombre de Blake Fielder-Civil, su exmarido y afortunado detonante de composiciones como Back to black, You know I'm no good, Mrs. and Mr. Jones o Addicted, todas ellas incluidas en su disco más celebrado, Back to black (2006), largo de estudio con el que la cantante se alzó con seis Grammys, entre ellos Mejor Canción del Año, por Rehab, y Mejor Àlbum del Año.

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Nacida el seno de una familia judía y con tradición musical en el jazz, Winehouse fichó, con 16 años, por el sello Island/Universal y, en 2003, vio la luz su primer LP, Frank.

La cantante tenía previsto sacar al mercado su tercer disco próximamente e hizo su última aparición pública hace sólo unos días, el pasado miércoles por la noche. Fue en el escenario del teatro The Roundhouse de Camden Town junto a su ahijada Dionne Bromfield.

Desde ayer, la intérprete forma parte del Club 27, el grupo de jóvenes estrellas de la música que han muerto a los 27 años de edad, como Jimi Hendrix o Janis Joplin, por tener continuas dificultades para hacer frente a la fama.