El actor Juan Luis Galiardo, ayer en Palma. | Pere Bota

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El psicoanálisis lo recuperó para una profesión que en su juventud le había encasillado en los papeles de galán, «de objeto», y tras una depresión resurgió como el ave Fénix hasta convertirse en el respetado actor que es hoy, además de un tanto «filósofo, ya que no puedo ser poeta por mi barroquismo».

Juan Luis Galiardo (San Roque, Cádiz, 1940), siempre «actor en construcción» que no quiere «hacer monólogos, sino llegar al fondo, como hice en mi vida», gira por España con un clásico de Molière, El avaro, una «gran producción de más de un millón de euros» en torno a uno de los grandes defectos del ser humano, la avaricia, montaje del que confirma su «enorme actualidad» y sobre el que asegura que el público «se divertirá mucho», al mismo tiempo que «saldrá impactado». Será hoy, mañana y pasado en el Teatre Principal de Palma.

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Galiardo recurre al humor para reírse de sí mismo y para encarar la vida cuando comenta que los «psiquiatras me salvaron», o que con su actual mujer, «catalana», la actriz María Elías, «por primera vez no he confundido a la madre con la mujer». Él, que fue un picaflor, ya venció «al complejo edípico que me llevaba a buscar a la madre [la suya falleció cuando él era muy joven] en todas las mujeres».

«Subvencionismo»

El humor, incluso cuando habla en serio, es una constante en su conversación, tanto si critica «el subvencionismo que capta votos», o a la banca, los «mayores representantes de la avaricia que pretenden, con dolo, que los ciudadanos paguen su mala gestión». Humor, también, cuando suena su teléfono y realidad y ficción se confunden: «Debe ser Zapatero, para que le dé asistencia psicológica, desde que los psiquiatras me recondujeron yo ayudo a la tropélica clase política», que califica de «adolescentes» conducidos «más por la algarabía, que por la sensatez».
Entre bromas y veras, no debemos olvidarnos del motivo de su visita, ese texto de Molière que también habla de «la destrucción de la familia» y que le sirve para uno de sus propósitos confesos sobre las tablas: «Hacer pedagogía social».