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La comunidad del convento de Santa Teresa de Jesús de Palma, situado en la Rambla, «ahorró durante veinte años» para acometer la restauración de las fachadas de su iglesia y convento. La de la primera, así como la de la tapia y el patio, ya lucen con las pátinas que le dieron sus constructores en el siglo XVII. El trabajo, que ahora continuará en el claustro interior del monasterio, a cuyo alrededor gira la vida de clausura de una veintena de carmelitas descalzas conocidas popularmente como teresas, lleva la dirección del arquitecto madrileño Carlos Clemente, en colaboración con la arquitecta mallorquina Carme Julià, el aparejador Guillermo Julià y el restaurador Iván Larrea.
Aunque en la fachada se rehabilitaron la balaustrada superior y los campanarios, quizá lo más llamativo del trabajo ha sido la limpieza de la piedra, -de Santanyí en las zonas labradas y marés en el resto-, mediante un trabajo que Carme Julià resume así: «Lo más importante es mantener las pátinas, es la base de la restauración».
Como sucedía habitualmente en el barroco, a la fachada de las teresas se le había dado en el momento de la construcción una pátina en tonos rojizos, -ésta especialmente en los relieves escultóricos como el remate del portal-, y amarillentos. «El color estaba por todo, incluso aún se puede ver el original en la fachada lateral que todavía no se ha limpiado», comenta la arquitecta. «Hace siglos, mediante esas pátinas se protegía la piedra», añade, y también se unificaba el tono cuando ésta era de distinto tipo y composición. Hoy lo han conseguido «sólo con pigmentos naturales y agua».