Joan Baixas, esta semana en Barcelona posando para la entrevista. Foto: C.DOMENEC

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C.DOMENEC x BARCELONA

La tarde del viernes será la última vez que se represente Mori el Merma, el espectáculo de títeres que diseñaron Joan Baixas y la compañía La Claca en 1978 con la colaboración del artista Joan Miró. La obra ha recorrido medio mundo. En Palma, con motivo de los actos de celebración del 25 aniversario de la muerte del pintor, una procesión de marionetas recorrerá el centro, desde Cort hasta la plaza Rei Joan Carles I y, finalmente, las marionetas arderán en una gran falla.

-¿Cómo se creó Mori el Merma?

-Lo creamos en 1978 con un preestreno en el Teatre Principal de Palma y el estreno en el Liceu de Barcelona. Formaba parte de las ganas de librarnos del franquismo. Representa un día del dictador en una ceremonia con dos mundos: el Merma, con su corte, y las máscaras del pueblo. Hay un mundo intermedio que son los sirvientes. Está basado en Ubú rey de Alfred Jarry, cuyo estreno marcó el inicio de las vanguardias.

-¿Cómo le ha marcado en su vida de artista la colaboración con Miró?

-Entendí muchas contradicciones. En el taller, Miró tenía mucho orden con las herramientas, pero los cuadros estaban muy desordenados porque la imaginación es caótica. Otra oposición era la espontaneidad y la preparación. Miró se preparaba muy bien. Antes de pintar los títeres estuvo muy nervioso. En el momento de pintar se olvidaba de todo y era fresco. Miró era sereno, buen marido y educado, pero provocador y rebelde.

-¿Cómo propuso el montaje a Joan Miró?

-Yo dirigía el festival de títeres de Barcelona y estaba convencido de que para dar prestigio a los títeres había que contar con los artistas plásticos. Brossa me avisó que la idea podía interesar a Miró. Estuvimos un año conociéndonos. Franco era el gran tema que nos ponía las pilas a los dos. Miró ya había trabajado el mundo de Ubú.

-¿De dónde surge el nombre de Merma?

-Ubú sonaba demasiado francés. El Merma es un cabezudo de Vic que representa al tonto del pueblo. Es una persona que se convierte en una máscara. Franco, a diferencia de Mussolini o Hitler, no tenía ideología. Cogió las ideas de José Antonio que eran muy endebles. Franco es como Merma porque se va creyendo el personaje que construye.

-El primer espectáculo de Mori el Merma se representó en una sala.

-No era un buen momento para hacerlo en la calle, entre 1975 y 19 78, cuando se estaba pactando la Constitución y no se podía hablar de Franco. Miró quería ofrecer una imagen del final del franquismo, pero no queríamos convertirlo en una provocación.

-¿Cuál fue la reacción del público en Palma?

-La gente de teatro y la que reivindicaba a Miró nos recibió muy bien. El Principal estableció un precio de alquiler astronómico porque no podía negarse, pero no tenía ganas de representarlo. Hablé con Vilarasau, de La Caixa, y pagó el alquiler. Aparecieron pintadas de Miró xueta. No tenía sentido, pero era para ofender. Otra anécdota la tuvimos en el ensayo general. Doña Pilar, con mucho respeto, nos pidió si podíamos omitir en Palma eso de meternos con signos religiosos o de jugar con mierda porque decía que no se entendería. Dije que se haría lo que decidiera Miró, pero él estaba encantado con la provocación.

-¿La versión actual es diferente?

-Pasaron los años. La Tate Gallery de Londres organizó el primer festival de performances y nos pidió si podíamos reinventar el Mori el Merma como pieza histórica. Ya teníamos olvidado el final del franquismo, pero era el momento de la guerra de Irak y Bush, Berlusconi y Aznar. Todo era muy 'ubuesco': una tomadura de pelo a la humanidad. Montamos Merma no mor mai.

-Y, de nuevo, matarán al Merma.

-En el homenaje a Miró pensé que teníamos que cerrar definitivamente el ciclo. Es el final de una época y el momento de matarlo. Este espectáculo no se volverá a representar. Habrá una ceremonia final con el Merma, ya muy viejo, en Rolls-Royce por Palma y después la falla. Y el sábado por la mañana, en la Fundació se instalará una urna con las cenizas del Merma que regresará al lugar donde nació, el taller de Miró, con una pequeña escultura de Llorenç Artigas.