Entre los ecos de las locomotoras de vapor y los sueños de un Madrid en plena transformación, surgió a principios del siglo XX una fábrica que terminó dejando una huella imborrable en el paisaje de la ciudad: la fábrica de cervezas El Águila.
De estilo neomudéjar y diseñado por el arquitecto Eugenio Jiménez Corera (1912), el actual Complejo Cultural constituye un valioso ejemplo en la capital de la corriente de arquitectura industrial en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Por ello, la Comunidad de Madrid ha iniciado el expediente para declarar la antigua fábrica Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Sitio Industrial. Del mismo modo, también nombrará como BIC los elementos conservados de la antigua fábrica de lozas de Valdemorillo, en la misma categoría.
Según han trasladado fuentes de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte a Europa Press, el Ejecutivo autonómico protegerá los elementos arquitectónicos originales de los siete pabellones del complejo El Águila, en el distrito de Arganzuela, que actualmente alberga el Archivo Regional y la Biblioteca Joaquín Leguina.
Lo que mejor se conserva en dichos pabellones tras las obras de rehabilitación ejecutadas entre 1999 y 2003 son los muros perimetrales de la fachada, las cubiertas de madera del pabellón de los primeros silos y parcialmente las del pabellón de maltería.
En el anuncio publicado el pasado 23 de abril en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid (BOCM) consultado por Europa Press, también son objeto de protección, entre otros elementos, los rótulos cerámicos existentes en las fachadas del edificio de oficinas, el águila de bronce sobre pedestal de piedra y los raíles de ferrocarril que todavía recorren la calle central del conjunto.
El despegue de una cervecera conectada por ferrocarril
En el año 1900, Augusto Comas y Blanco junto a un puñado de socios fundó El Águila, S.A. con una inversión de dos millones de pesetas, una cantidad que destinó a levantar en el sur de Madrid, en la calle General Lacy, una fábrica que combinara tradición cervecera e innovación industrial. La elección no fue casual: la zona ofrecía una ventaja logística crucial por su cercanía a la estación de Delicias y su conexión ferroviaria directa con el resto del país.
En aquellos años, en Madrid ya existían otras importantes empresas dedicadas a la producción de cerveza, como Mahou en la calle Amaniel, Santa Bárbara en la calle Hortaleza, o El Laurel de Baco, en la zona de Moncloa. Para su fabricación, la capital contaba con agua de gran calidad por las recientes obras de mediados del siglo XIX del Canal de Isabel II, así como con un fácil acceso a gran cantidad de cereal de cebada en sus inmediaciones.
La fábrica de El Águila, levantada entre 1903 y 1904, contaba con una estructura de ladrillo macizo, adornada con juegos de hiladas y azulejos cerámicos de Daniel Zuloaga. En el complejo, cada pabellón cumplía una función esencial en la creación de la cerveza. En el pabellón de maltería, hoy sede de la Biblioteca Regional, se tostaba la malta y se cocía el mosto.
Con los años, El Águila creció. Se expandió hasta ocupar toda la manzana, incorporó nuevas tecnologías, como el motor eléctrico en 1912, y nuevos pabellones diseñados por el arquitecto Luis Sainz de los Terreros, quien daría también forma a otros iconos de Madrid como el edificio La Adriática.
Entre 1915 y 1936, los pabellones de silos, las cocheras, y el pabellón de hielo se fueron sumando a la silueta del complejo, en un ritmo de expansión que parecía imparable. En la segunda mitad del siglo XX, El Águila llegó a aglutinar el 25% de cuota del mercado en su sector.
La comunidad de madrid rescató la fábrica del olvido
La historia, sin embargo, reservaba giros inesperados para la cervecera. Durante la Guerra Civil, la fábrica fue incautada por el gobierno de la República y regresó a sus legítimos dueños, tras la contienda, aunque el escenario ya no era el mismo. La industria evolucionaba y, en los años sesenta, entró en funcionamiento una nueva planta en San Sebastián de los Reyes. Para mediados de los ochenta, la vieja fábrica de General Lacy cerró definitivamente sus puertas, dejando tras de sí un esqueleto industrial vacío, pero lleno de memoria.
En 1993, la Comunidad de Madrid adquirió la propiedad, y un año más tarde convocó un concurso de ideas para darle al complejo una nueva vida. Los arquitectos Emilio Tuñón Álvarez y Luis Moreno García-Mansilla ganaron la convocatoria, proponiendo un proyecto que supo respetar la esencia del pasado mientras abría la puerta al futuro de la antigua fábrica. Entre 1999 y 2003, se restauraron los muros de ladrillo, las cubiertas de madera de los primeros silos, y las estructuras de los pabellones originales. La rehabilitación no fue solo arquitectónica: fue una verdadera operación de rescate de la memoria colectiva de Madrid.
La antigua fábrica de lozas de valdemorillo también será bic
La Comunidad de Madrid también declarará Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Sitio Industrial los elementos conservados de la antigua fábrica de lozas de Valdemorillo, según han trasladado fuentes de consejería a Europa Press.
El Boletín Ofician de la Comunidad de Madrid (BOCM), consultado por Europa Press, recoge que los elementos conservados de las fábricas Falcó y Giralt Laporta constituyen elementos de especial significación, representativos del patrimonio industrial de la región y ejemplo único de la industria cerámica de la región.
De este modo, el Ejecutivo autonómico protegerá los elementos que todavía se conservan de la antigua factoría --actual Casa de la Cultura Giralt Laporta--, en concreto, los hornos de botella Vulcano, Moisés y Progreso, el depósito de agua y el pudridero de caolín, un espacio empleado para almacenar y preparar el caolín, una arcilla blanca utilizada en la fabricación de loza y porcelana.
En 1845, Juan Falcó, trabajador de la Real Fábrica de Porcelana y Loza Fina de Alcora, decidió fundar junto a Felipe del Callejo y otros socios una nueva fábrica en esta localidad madrileña. Así nació la 'Sociedad Falcó, Calleja y Compañía', con un capital inicial de 35.000 reales. La fábrica llegó a emplear a unas 200 personas en un pueblo de 1700 habitantes, elaborando vajillas, servicios de café, objetos decorativos y sanitarios.
De fábrica a epicentro de la cultura en valdemorillo
En la siguiente generación, Juan Falcó Sancho modernizó la fábrica, diversificó la producción e incrementó la producción de 900 a más de un millón de piezas anuales. A finales del siglo XIX y principios del XX, la empresa se especializó en artículos farmacéuticos, materiales eléctricos, e introdujo reformas decorativas.
Por contra, la competencia extranjera, un incendio en 1902 y las dificultades logísticas llevaron al cierre de la factoría en 1914. En 1915, Juan Giralt Laporta compró las instalaciones para fabricar loza dura y vidrio resistente al fuego bajo la marca VALMA.
La fábrica fue destruida en la Guerra Civil salvo los tres hornos principales de producción cerámica, el pudridero de caolín y el torreón utilizado como bomba de agua de posible cimentación medieval, conservándose todos a día de hoy. Tras el conflicto, la producción no se retomó en Valdemorillo y, finalmente, la familia Giralt Laporta cedió el terreno de la antigua fábrica en los años 90 para la construcción del actual centro cultural.
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