El urbanismo de la ciudad ha experimentado cambios radicales en 125 años. Incluso de enclaves tan importantes como la Porta Pintada han desaparecido de la fisonomía palmesana. | Zaca

En 1893 Palma contaba con 60.000 habitantes, cuya vida discurría en una calma engañosa, pues no era huérfana de delitos y violencia, segregada por clases sociales y entre una crónica falta de infraestructuras adecuadas. Ni siquiera tenían garantizado el servicio de agua potable, como lo atestigua La Última Hora el 6 de mayo: «Una comisión (política) se trasladó a la Font de la Vila (días atrás) para estudiar los medios de aumentar el caudal de agua», tan corto era.

Peor estaba el poco alcantarillado que existía, a menudo roto y expulsando inmundicias por sus bocas. Tampoco eran baladíes unos usos higiénicos particulares de muy bajo rango, pues era común tirar basura por la ventana y orinar e incluso defecar en las calles. Y si a todo esto se le añadía el hedor de las deposiciones de animales, sobre todo caballos, que por todo había, no puede extrañar que la pestilencia se enseñorease de la capital, en especial cuando apretaba el calor.

Para mejorar la salubridad general, este diario, entre otros ámbitos, instaba a la autoridad a que derribase las murallas pues su foso, su vía superior, su camino de ronda y sus inmediaciones se habían convertido en un gran vertedero. El 14 de julio con el título de «El Ayuntamiento y el derribo de las murallas» exigía una vez más la destrucción de la obra militar, lo que tardó bastante ?las obras empezaron en 1905? en llevarse a la práctica.

Paseos y espectáculos
Por supuesto los palmesanos también se entretenían. Todos, o casi, practicaban el paseo dominical por el muelle y el Borne cuando el tiempo lo permitía. Además, cada clase se divertía por su lado. Los espectáculos más seguidos eran los toros y el teatro. El pueblo llano disfrutaba con las corridas heterodoxas, como toreros poco duchos que hacían las delicias del público, el salto al toro, perros contra vacas? y cuanta más sangre, mejor. Por su lado, la selección social gozaba de los grandes diestros, a los que idolatraba. Las artes escénicas se dividían entre la del pueblo llano, que acudía al Teatro Circo a gozar de la comedia costumbrista, y la propia de la crème de la crème social que se citaba en el exclusivo Teatro Principal, en el que se ofrecía «alta dramaturgia».

Aquel año, además, en Palma y por todo crecía el temor a cómo se saldaría la rebelión separatista en Cuba. En el primer número de este diario, el 1 de mayo, se recogía que «en caso de no reprimirse» a los rebeldes y dejar que «los negros vayan a engrosar las filas de los insurrectos» podría llegarse a la pérdida de la isla; y así fue en 1898 pese a la intervención del general mallorquín Valeriano Weyler, el gran amigo del fundador de La Última Hora.