La falta de vivienda ya no solo afecta a colectivos vulnerables, es una realidad que está tocando vivir a personas con un perfil que se define como ‘normalizado’, gente de todas las edades, con trabajo y una estabilidad que ya no basta para tener, o mantener, una vivienda.
Y ello provoca que se originen cuadros de estrés, ansiedad y depresión además de «un sentimiento de culpabilidad y de indefensión al tener que enfrentar una situación de forma individual, para la que la Administración no te da respuesta y para la que sientes que, hagas lo que hagas, no vas a poder salir adelante», explica María Ascensión Álvarez, psicóloga especialista en intervención en el ámbito social, miembro del grupo de trabajo de psicología social de Col·legi Oficial de Psicologia de les Illes Balears (COPIB).
A nivel emocional surge «una angustia vital, de desesperanza ante el futuro y un sentimiento de falta de apoyo con políticas que no te protegen», explica.
Sin salida
Para la experta, esta vivencia de ‘no hay salida’ es muy perjudicial y explica que a diferencia de situaciones que nos toca vivir, como un duelo, o una separación, que sabemos que podemos superar y que son transitorias, la realidad de la vivienda se sostiene en el tiempo.
«Empieza a haber personas con cuadros de ansiedad, estrés, depresión, angustia, problemas de sueño, con dolores y contracturas que acuden al médicos, al psiquiatra o al psicólogo y acaban con tratamientos farmacológicos que son parches porque el problema que hay debajo es externo y no depende de la persona poder superarlo.
«No tenemos recursos para evitar este problema. Sólo podemos calmar los síntomas y ayudar a la persona a entender que la situación no es por su culpa y que no es consecuencia de un fracaso personal».

Álvarez señala además que también surgen sentimientos de vergüenza entre personas de más edad y con cierto estatus que se ven abocadas a compartir casa.
«La vivienda es una extensión de la persona, es parte de su identidad, de su arraigo, es su refugio y cuando tienes que abandonarla, sin buscarlo ni desearlo, genera una sensación de pérdida muy grande», insiste.
La psicóloga señala las consecuencias que, a nivel intimidad, tiene el hecho de compartir vivienda con otras personas y va más allá, ante los casos de hacinamiento que sufren muchas familias, que disponen de una única habitación para todos sus miembros, y soportan serios problemas de convivencia.
Por otro lado, incide también en las consecuencias que esta emergencia habitacional está teniendo sobre la juventud porque «pierden su proyecto de vida, sienten que ya no pueden independizarse y se frustran. Y los más jóvenes reciben el mensaje de para qué me voy a esforzar si no voy a poder salir de casa de mis padres», señala.
Ante el planteamiento, cada vez más generalizado, de abandonar las Islas en busca de otros destinos en los que poder acceder a una vivienda, Álvarez incide en todo lo que ese traslado conlleva. «Pierdes tus vínculos, tus relaciones sociales y te sientes inseguro, porque esta situación se está dando en todo el país y no tienes escapatoria», sostiene.
Empatía y conciencia social
La experta lamenta que se esté forzando a las personas a buscar una solución individual cuando el problema es social.
«A nivel personal recomiendo salir del sentimiento de culpabilidad, buscar redes familiares y redes de apoyo y unirnos colectivamente en movimientos y manifestaciones, porque es un problema colectivo e involucrándonos en estas acciones no estás tan desamparado, no estás solo».
Álvarez lanza además un mensaje a los propietarios «les pediría más conciencia social, porque están formando parte del problema, también a los que se benefician de los alquileres vacacionales. Creo que es necesario sensibilizar a los propietarios, que se pregunten si querrían esto para sus hijos. Falta solidaridad y empatía», concluye.