Dos personas pasean por la carretera de Son Ferriol, en lo que es ahora una actividad que se puede realizar con menos miedo a un tráfico que resultaba peligroso para los peatones. | Curro Viera

El desdoblamiento de la carretera entre Palma y Manacor no solo cambió profundamente la movilidad tanto en los municipios por los que pasa como por aquellos con los que enlaza y que ocupan gran parte de la Isla. También transformó la forma de vida y la economía de las poblaciones diseminadas en su camino, que de la noche a la mañana vieron como su organización urbana se transformaba.

Tres de ellos, Son Ferriol, Algaida y Vilafranca de Bonany, vivieron especialmente este hecho, ya que el trazado de la carretera vieja pasaba directamente por sus núcleos urbanos. La presencia de la vía, que hace 15 años tenía un alto índice de saturación y una siniestralidad muy elevada, condicionaba en gran medida su día a día, la tipología de sus negocios y su relación con el resto de localidades.

Actual separación entre la carretera y el acceso a una Vilafranca de Bonany mucho menos transitada por los vehículos
Actual separación entre la carretera y el acceso a una Vilafranca de Bonany mucho menos transitada por los vehículos

Son Ferriol, perteneciente al término municipal de Palma, tenía en 2007 algo menos de 6.000 habitantes. Limitado por un lado por esta carretera y por otro por la de Sineu, era escenario en la primera de kilométricos atascos antes de que la carretera dejara de pasar por la calle Manacor. La zona se convertía en un cuello de botella para acceder a Palma en ciertos días y no son pocos los conductores que recuerdan como tuvieron que invertir, sobre todo los domingos por la tarde, horas y horas en lo que parecía un atasco sin fin.

Pese a ello eran muchos los establecimientos comerciales o de restauración que abrían sus puertas a la carretera y el desvío del tráfico, que acabó con la saturación que se vivía, marcó a muchos de ellos. «El descenso de la actividad cuando se terminaron las obras del desdoblamiento fue radical» asegura David Valcaneras, hijo del propietario del café Can Tunis, uno de los negocios que a pesar de las dificultades se ha mantenido a lo largo de las décadas y que situado en el extremo este de la calle, gozaba de una gran visibilidad al paso de los coches. «Mi padre tenía cocina abierta, mucho trabajo y muchos clientes, pero sacar la carretera de Son Ferriol se notó mucho».

La nota positiva llegó con el paso de los años, cuando se construyeron muchas nuevas viviendas y la zona volvió de nuevo a cobrar vida. «Mejoró en el caos circulatorio y en la tranquilidad de los vecinos, aunque aún ahora revivimos a pequeña escala aquellos problemas. En ocasiones se producen aún embotellamientos puntuales cuando ocurre algún problema en la carretera general y se desvía el tráfico por aquí», explica.
Por otra parte destaca haber sido testigo de que «la tendencia de sacar las carreteras de los pueblos es algo que ha transformado de la misma manera a municipios de toda España. Ha sido un problema para negocios de todo tipo, pero también ha dado tranquilidad».

A esa misma tranquilidad ganada apela Encarna Ramis, que vivió el desdoblamiento como un gran alivio: «La presión de coches, sobre todo los fines de semana, era muy grande, la zona era un auténtico caos» recuerda. Su domicilio se encontraba muy cerca de la vía y la pacificación del tráfico supuso, además de una disminución de ruidos y contaminación, «una gran tranquilidad, sobre todo por los niños. Cuando no había atascos algunos coches pasaban a gran velocidad a pesar de las señales y era un peligro», recuerda.

Siguiendo la ruta hacia Manacor se llega a Algaida. Si bien la antigua carretera no partía el casco urbano tan radicalmente, con apenas edificaciones en su lado norte, un tramo en curva a la salida del pueblo era un punto de gran afluencia por los restaurantes de la zona. Cal Dimoni, célebre casa de comidas y con un gran tirón tanto entre turistas como en locales, convirtió esta curva en un rincón de cocina tradicional donde se establecieron varios negocios más, como el Marfil, cuya familia propietaria puede relatar también su experiencia como vecinos, pues su casa se encuentra justo encima del local. Rosa Fontirroig es otra vecina de Algaida que también ha sido testigo de la transformación que supuso la desaparición del tráfico. Relata que «en los primeros años, con el desdoblamiento, Algaida se convirtió de la noche a la mañana en un pueblo dormitorio para los palmesanos». Fue debido en parte por el aumento de los precios de la vivienda en la capital y en parte por la nueva manera de llegar, mucho más rápida, al municipio. «Se llenó de gente que solo venía a dormir y no paseaban ni iban a los comercios», recuerda.
Con el tiempo esta situación se fue remediando y ahora «todos los que llegaron en aquella época se han ido adaptando e integrando, han tenido hijos y valoran como se está en Algaida. Ahora se hace por fin otra vez vida de pueblo».

Sin duda la población donde el paso de la carretera vieja resultaba más impactante era Vilafranca de Bonany. Allí la arteria atravesaba su casco urbano dividiéndolo en dos mitades casi de idéntica extensión. En las aceras de la carretera eran típicas las pintorescas tiendas de frutas, especialmente melones, tan típicos del municipio, calabazas o pebres, que daban color al paso de miles de vehículos, que muchas veces se detenían sin más para comprar sin importarles el resto de usuarios. Para algunos comerciantes fue un revés, aunque algunos de ellos se pudiesen adaptar a la nueva realidad y aún funcionen, pero para otros la situación ponía los cosas muy difíciles.

Marta Castro atiende a sus clientes del bar Can Baleto, que ahora toman café en las mesas de su soportal viendo solo el paso de algún vehículo de tanto en tanto. «Sí, el desdoblamiento benefició al pueblo, pero la contaminación no se evita, solo se trasladó», dice. Respecto a la percepción que tiene de la opinión general de los vecinos destaca que la gran mayoría está contenta con el cambio y que ha aportado mucha tranquilidad.
Para todos estos pueblos la facilidad de conexión con las ciudades de Palma o Manacor ha traído inconvenientes, especialmente a algunos negocios, pero también evidentes ventajas, poniendo mucho más fácil a potenciales visitantes desplazarse hasta ellos, pero también a sus vecinos el salir del pueblo para sus compras.

Es una situación que no viven exclusivamente los pueblos de la vieja carretera. Los tiempos han cambiado, las comunicaciones por carretera son más rápidas y eficaces y las grandes superficies son un reclamo demasiado poderoso para las tiendas de pueblo. A pesar de esto, el cambio valió la pena, como afirma la antigua propietaria de uno de estos negocios: «la vida de pueblo ha mejorado».

«Antes había muchos accidentes y atropellos»

Catalina Sansó, vecina de Vilafranca
Catalina Sansó, vecina de Vilafranca
Con la visión de una Vilafranca más tranquila y segura desde la salida del tráfico, coincide Catalina Sansó, vecina de la antes conflictiva zona. De la situación dominada por la carretera vieja, recuerda especialmente como cruzar aquella carretera con niños resultaba «muy peligroso». «Había muchos atropellos y en ocasiones atravesar la vía suponía mucho tiempo de espera», relata. Pese al consumo de territorio alrededor del pueblo, que considera lamentable, pero necesario, «los accidentes se han reducido mucho y Vilafranca es ahora un lugar más tranquilo». Su conclusión es que «en general ha trajo muchas ventajas y los comercios han aguantado».

«La nueva carretera no ha llevado más visitantes ni problemas de saturación a Porreres», asegura Mora, «pero si ha tenido un beneficio directo sobre la población y las oportunidades del pueblo. Ahora ya no estamos tan desconectados del resto de Mallorca como antes. Esa mejora en la conectividad es un factor que logra equilibrar a muchos pueblos del interior de la Isla».

«Los clientes vienen ahora con más tranquilidad a comprar»

Pilar Barceló y Antònia García, almacenes Can Bernat
Pilar Barceló y Antònia García, almacenes Can Bernat
Pilar Barceló, actualmente, o Antònia García, hace unos años, han estado al frente del almacén de piensos Can Bernat. «La cantidad de coches que pasaba cada día por Vilafranca era límite» señala Barceló, «y nos perjudicaba porque muchos clientes querían parar y no podían». Especializados en piensos para aves, su oferta atrae a clientes de toda la Isla, que «ahora si se acercan con tranquilidad a comprar». García recuerda como el desdoblamiento causó inicialmente preocupación: «Había gente que tenía miedo al cambio y muchos tuvieron que cerrar, no ya porque no pase la carretera, sino porque ir a Palma o Manacor es ahora mucho más rápido».

«Con autocares a todas horas era imposible descansar»

Maria Mercé Pocoví, vecina y encargada de un bar
Maria Mercé Pocoví, vecina y encargada de un bar
Maria Mercé Pocoví ha vivido los dos aspectos de la historia del desdoblamiento, como encargada del bar Marfil y como vecina directamente afectada, pues vivía justo encima del establecimiento en aquella época: «Al principio bajó el nivel de negocio. Los restaurantes de esta zona teníamos mucha presencia en la carretera» relata. «Teníamos un marcado carácter turístico, en cambio ahora el cliente ha cambiado, es más fiel, viene a propósito, no por mera casualidad». Respecto a los cambios como vecina es tajante: «La tranquilidad ahora es incomparable, sobre todo por las noches. Pasaban cientos de camiones o autocares a todas horas y era imposible descansar».