A pesar de que pueda parecer que en invierno el gasto calórico del cuerpo es mayor, los nutricionistas recuerdan que de una estación a otra la diferencia es ínfima; por ello, la clave no está en modificar demasiado el tipo de alimentación, sino la forma en la que se cocinan los alimentos. Cremas, potajes, guisos o sopas son algunas de las opciones más apetecibles para los gélidos días invernales. No obstante, lo que se debe cuidar es la calidad y el contenido nutricional de los ingredientes utilizados, evitando los que son más grasos.

Para entrar en calor en el invierno sin descuidar la línea ni desviarse de los hábitos saludables, desde el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) sugieren añadir a las sopas, caldos, cremas y purés, abundante cantidad de vegetales y hortalizas (alcachofas, acelgas, zanahorias, arroz, puerro, calabaza) que hidratarán y ayudan al organismo a mantener la temperatura corporal adecuada.

Tomar a diario cebolla, ajo y jengibre para reforzar las defensas, ya que sus efectos antibióticos, antioxidantes y antiinflamatorios los convierten en grandes aliados contra los resfriados que arrecian en invierno. Lo ideal es tomar las legumbres dos veces a la semana como mínimo; las sopas y purés se pueden tomar cada día. Una de las ventajas de la sopa es su capacidad para saciar ya que la comemos despacio porque está caliente y cuando llegamos al otro plato estamos más saciados. Aunque se pueda cuestionar que las sopas sean poco nutritivas, sus propiedades dependen de los ingredientes: si se añade pasta, verduras o garbanzos aportamos muchos más nutrientes. El puré es el plato ideal para combinar varios alimentos y jugar con el sabor.