En los tiempos que vivimos, la vivienda y el turismo se han convertido en dos de los principales problemas de los habitantes de las Balears. El primero, porque la crisis inmobiliaria de principios de siglo ha desembocado en la falta de inmuebles asequibles, tanto para la venta como en régimen de alquiler. El segundo, porque la masificación turística y el alquiler vacacional han ido desplazando a parte de los residentes del centro de nuestras ciudades y pueblos. Ambos, sin duda, son dos problemas que están íntimamente ligados y que a su vez están ocasionando falta de personal cualificado en prácticamente todos los sectores, baja productividad y monocultivo turístico. Una situación, cuya solución no parece que sea ni fácil, ni rápida. Por lo menos a corto plazo.

Los ciudadanos de Balears leemos titulares en los que se destaca, año tras año, que se bate récord de turistas, que el gasto de nuestros visitantes se incrementa, que el número de afiliados a la Seguridad Social no deja de aumentar o que el paro desciende a niveles prácticamente residuales. Sin embargo, la percepción a niveles económicos es otra y tenemos la sensación de que no se avanza todo lo bien que se debería.

Nos lo han advertido en muchas ocasiones; lo estamos viendo en Roma, París o en Venecia, esta última con más plazas destinadas a turistas que a residentes. Se puede morir de éxito y la sensación es que Balears va por ese camino. La buena noticia es que estamos a tiempo de cambiar, aunque para ello se debe apostar de verdad por la sostenibilidad y por la economía circular. El postureo debe acabarse y el greenwashing debe desaparecer. Es imprescindible entender que el futuro pasa por la triple sostenibilidad: económica, medioambiental y social.

No cabe duda de que el turismo está hoy en boca de muchos. Es una de esas cuestiones de las que todo el mundo sabe y quiere emitir su juicio. La principal industria de las islas beneficia, directa o indirectamente, a casi todos. Eso nadie lo duda. El futuro de Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera necesita al turismo. Es una industria con grandes dificultades, lo hemos visto a lo largo de los años, pero que ha demostrado sobradamente su gran fortaleza y resiliencia. Ahora bien, la solución a los problemas actuales de Balears pasa por encontrar un punto de equilibrio entre unos y otros, turistas y residentes, entre los hoteles y el alquiler vacacional, entre las imprescindibles infraestructuras y el respeto absoluto por el medio ambiente.

¿Y cómo lo hacemos? Eso es más complicado, puesto que no hay soluciones mágicas ni recetas infalibles. Contentar a todos será prácticamente imposible, pero la mejor de las soluciones para la sociedad pasa siempre por el diálogo y el consenso. Me refiero a una negociación tranquila y reposada, sin vetos ni imposiciones, sin prisas, pero sin pausas, en la que sobre el tapete del futuro de Balears se encuentren todas las cartas.

No puedo, en todo caso, dejar de reconocer que el turismo se utiliza en ocasiones como justificación de todos los males, también de algunos que poco o nada tienen que ver con la principal industria de las Balears. Es cierto que padecemos colapsos en algunas de las principales carreteras, que nuestros pueblos más singulares son recorridos, en muchas ocasiones, por mareas de turistas o que nos resulta muy complicado acceder a algunas de nuestras playas más bellas. Negar la masificación es obviar la realidad y la evidencia más vale conocerla y analizarla. Es siempre el primero de los pasos. De hecho, para solventar cualquier dificultad, primero debe aceptarse, reconocerse, analizarla y contemplar el mejor remedio. En este sentido, la Mesa para el Pacto Social y Político para la Sostenibilidad de Balears debiera ser una herramienta útil para buscar soluciones de calado entre todos los actores implicados.

¿Cómo debe regularse el alquiler vacacional? En primer lugar, cabe decir que el alquiler vacacional ya está regulado. El problema radica en la permisibilidad de aquel que es ilegal y que por falta de recursos no es inspeccionado y sancionado por las administraciones. No podemos acabar con todo el alquiler vacacional, ni prohibirlo, porque todos sabemos que contribuye a la socialización del gasto turístico, beneficiando además del propietario de la vivienda, a todo tipo de comercios, restaurantes, bares y otros pequeños negocios de su alrededor. Pero debemos tener en cuenta que también contribuye a generar algunos problemas de convivencia entre residentes y turistas.

Son dos puntos opuestos; lo que beneficia a unos perjudica a otros y la solución a este problema debe pasar por el diálogo. Deben buscarse puntos de acuerdo, amplios consensos con los que obtener una sólida base para la concordia. En este sentido, todo el mundo, sin excepciones, está de acuerdo en que hay que luchar para erradicar por completo el alquiler vacacional ilegal. Hay que sacar al mercado residencial todo ese parque de viviendas para, además, aliviar la tensa situación económica que viven las familias con rentas más bajas. Y, evidentemente, dar luz a la creación de un plan de construcción de vivienda nueva y asequible que contribuya a paliar el problema habitacional de estas islas, una solución que en el mejor de los casos será a muy largo plazo y que debe empezar a dibujarse ahora para hacerse realidad cuanto antes.

En ese gran proyecto de futuro no se deben dejar de lado nuestras limitaciones como islas y que como tales presentan recursos naturales finitos. Un claro ejemplo es el agua, cuyo consumo sin control puede ocasionar problemas de abastecimiento, como ya hemos visto a lo largo de nuestra historia reciente en periodos de gran sequía. O de la energía, motor de la transformación global y necesaria para impulsar el desarrollo económico de unas islas que ven como su consumo aumenta exponencialmente, principalmente el eléctrico.

Y es que Balears debe transitar hacia un modelo de producción energética sostenible, dejando de lado los combustibles fósiles que tanto daño ocasionan al planeta en cuestiones medioambientales y de salud.

En la era de lo digital, de lo tecnológico, de lo enchufable… no podemos dar un paso atrás. Balears debe contar con una cobertura energética de primer nivel, con puntos de recarga de vehículos eléctricos suficientes para que el usuario -residente o turista- se anime a dejar atrás los contaminantes derivados del petróleo, y con una red eléctrica robusta y descarbonizada que evite la emisión de toneladas de CO2 a la atmósfera.

Para ello, es imprescindible la inversión en infraestructuras, el nuevo cable submarino que nos provea de energías limpias procedentes de la península, un plan de instalación de placas solares en el sector privado y público o seguir explorando el potencial del hidrógeno verde como una fuente de energía limpia y sostenible, entre otros.

Todo un reto que, sumado al de solucionar la falta de vivienda asequible, aliviar la presión de la masificación turística en la época estival y nuestras limitaciones como territorio, plantea un desafío a la sociedad y a las instituciones, tanto insulares como municipales, pero principalmente autonómica que deben ir de la mano. No será fácil, pero el camino se atisba como única solución para paliar nuestros problemas generados en el primer cuarto del siglo XXI. Es momento, sin duda, de tomar decisiones valientes y arriesgadas.